Biografía extensa....
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J. M. + J. T.
Introducción
Elías de san Clemente, ¿Quién la conoce? Realmente pocos si consideramos y comparamos su fama, con aquellos grandes santos de la Iglesia universal. Sin embargo, dudo que la santidad y la consagración total de una vida a Dios, puedan llegar a medirse con indicadores tan superficiales.
Sí, su vida ha transcurrido oculta y silenciosa. Se ha consumido como el aceite de una lámpara... sin que nadie lo sepa. En su corta existencia fue conocida por pocos y nunca viajó más allá de los límites de su región. ¿Cómo pretender ahora que su ejemplar fidelidad, que caracterizo cada día en el Carmelo, transcienda montañas y océanos y se esparzan por toda la cristiandad?
Dios, posee una forma cualitativamente superior de juzgar y valorar cada alma. Él fija su mirada en lo que el hombre muchas veces queriendo no ve, ni oye, ni sabe. Y es Dios mismo el que en la Iglesia, ha querido presentar a esta carmelita descalza como modelo preclaro de santidad, de entrega, de perfecta enamorada y esposa, de misionera celosa, de ser humano cariñoso y comprensivo, familiar... realizado.
Este folleto que tienes en tu mano es un resumen sencillo de todos sus años, vividos con intensidad e imposibles de simplificar en pocas palabras. En última instancia diría yo imposibles de expresar y describir, porque lo que vive Elías con Jesús... es inenarrable. No hay palabras con las que se pueda definir, explicar o revelar un amor recíproco. Enamorada de su vocación y de su “Dulce Jesús” su vida es un regalo, y sobre todo una señal. Esperamos que adentrándonos en su experiencia de fe, encontremos una vía segura para llegar a Dios y a la plena realización de nuestra felicidad.
L. D. Vque .M.
Se hace la luz
El 17 de enero de 1901, nace Teodora Fracasso Cianci, nuestra protagonista. Bari fue su ciudad natal, ubicada al sur de Italia. Vio la luz en una casita ubicada en la Plaza San Marcos. Por orden de nacimiento, Teodora ocupa el tercer puesto entre nueve hermanos. A Prudencia la mayor, sigue Ana muerta a los 6 años, luego Teodora (Dora), Dominica (su alma gemela), por último y único varón, Nicolás. Los cuatro restantes volaron a Dios en el amanecer de sus vidas.
José Fracasso y Pascua Cianci, fueron sus padres y según palabras de la misma fueron: “padres verdaderamente santos.” Casados en diciembre de 1895, formaron una familia de profundos sentimientos humanos, religiosos y morales.
José, administra una pequeña empresa artesanal. Colabora también como Sacristán Mayor de la Confraternidad de Santa Maria del Pozo. Pascua por su parte, asume el rol social asignado a la mujer de su época encargándose del cuidado del hogar, de su esposo y sus hijos.
A los 4 días de nacida, en la fiesta de Santa Inés, recibe Dora el sacramento del Bautismo de manos de su tío paterno: Rev. Padre Carlos Fracasso en la iglesia de Santiago. Le nombraron Teodora: Don de Dios. En 1903, Monseñor Julio Vaccaro, Arzobispo de Bari, le administra el sacramento de la Confirmación. Desde muy temprana edad, podrá percibirse en la vida de Teodora, el trabajo perseverante del Espíritu Santo en la transformación de su temperamento.
La gracia obra al mismo tiempo que el alma se abre a su acción. El Señor nos llama a la santidad: Sed santos porque yo soy santo. Luego nos capacita con su fuerza. El carácter de Dora, tendrá que sufrir muchos cambios, y se verificará años más tardes la modificación operada a lo largo de su corta existencia. Como barro húmedo y moldeable, se dejará transformar en las manos de su Divino Esposo Jesucristo.
En mayo de 1905, se trasladan todos a una casa de campo a disfrutar de unos merecidos días de solaz y descanso en aquel inmueble. Dios le preparaba a Dora unos de los regalos más bellos con los que la obsequio a lo largo de su vida. Nos referimos al famoso “Sueño del jardín”.
Casi al clarear el alba, Dora interrumpe a gritos el descanso de la mamá entrando sin protocolos en su habitación. Con cierta algarabía cuenta lo que había soñado. Ve un vasto jardín de lirios, en el que de repente aparece una hermosa mujer iluminada con una hoz de oro en su mano para recoger los lirios. Los va tocando uno a uno. Ellos en señal de reverencia se inclinan ante ella. Finalmente, ya al terminar el labrantío, arranca uno pequeño y se lo estrecha al corazón, desapareciendo luego.
Mamá Pascua explica con mucha emoción el significado del sueño a Dorita. –Haz visto a la Madre de Jesús. Y las palabras de la madre, no se desmintieron jamás ¡Que de bien pudo comprobarse luego el amor con que la Reina del jardín de Dios la guió hasta llevarla a morir a su Santa Orden del Carmelo!
Dora es susceptible a todo lo natural. Pasa largos ratos meditando entre los arbustos y florales de la casa en la que vive. Un día, desde un ángulo del jardín de casa, contempla a la Santísima Virgen en una rosa bellísima que brota en medio de un rosal bermejo. Ese mismo día exclama con fuerza “Cuando sea grande, seré monja”. Oigamos a Dora: “Era el primer acto de amor que mi pequeño corazón hacia a Jesús y a la Rosa Mística”.
Ama la soledad y los paisajes bellos… goza con el mar. Gusta de esconderse en los rincones más recónditos del jardín. Allí donde nadie la ve, piensa en Dios, habla con Él. La belleza de lo creado de habla del Creador.
Es una niña tímida, pero muy activa. Juega, habla y ríe como las demás. Nada en su niñez de aureolas radiantes, apariciones, curaciones excepcionales y éxtasis. Dios la ha querido conducir por otros caminos más silenciosos. La virtud que la circunda…es la humildad.
¿Que ha de vencerse a sí misma en batalla pujante? ¿Qué tendrá que hacerse fuerza para ser buena hija, excelente alumna, mujer hacendosa y hogareña y santa carmelita? De esto no hay dudas. Ya lo dirá en sus escritos: “La profundidad de las riquezas de la sabiduría de Dios no se penetra sino adentrándonos en la espesura de la cruz”
Hacía su primer encuentro con Jesús
Recibió su formación elemental en el instituto que tenían las Hijas de Asís en su misma ciudad. Allí llega Dora, primero como interna. Luego de un periodo, acaba seminterna.
Termina su formación académica con tercero elemental. Se le da estupendamente el manejo de las agujas y de los hilos enredados. Borda y cose de maravillas. Todo, gracias al laboratorio que tienen montado para las niñas sus profesoras. Estos conocimientos, le servirán luego para ayudar a la familia en tiempos difíciles de guerra y posguerra y más tarde como instructora en el colegio que regentan Carmelitas Descalzas en vía Rossi.
Luego de sus clases en el instituto, ayuda a las religiosas con la instrucción de las niñas más pequeñas. Funciona como colaboradora e instructora.
El 8 de mayo de 1911 hace su primera comunión. Para este evento tan importante, la prepara su “Buena Maestra”, como gustaba llamarle. Se trata de Sor Angelina. Con esmero, dispone su alma para el encuentro con Jesús-Hostia. Sor Angelina con sencillez, infunde en las chicas la analogía entre el alma y un píxide. En el corazón, se guarda al Divino Huésped, lo mismo que el píxide. Ese receptáculo, ha de estar limpio y puro, para que el Señor viva feliz en él. En estos días previos, ese es el único pensamiento y afán de su alma. Ha de esforzarse mucho y largo, para ser ese vaso brillante del que tanto habla Sor Angelina. Desde su primera confesión hasta el día de su comunión, Dora intentará mantener el silencio, para no ofender a Jesús con sus palabras.
Durante los diez días de ejercicios espirituales que antecedieron al día de su primera comunión, se la ve muchas veces absorta ante el tabernáculo. La noche antes tuvo un sueño importante. No lo cuenta. Sin embargo, se entiende ha soñado con Santa Teresita. Esta le asegura que será monja como ella.
Con vestidos blancos y áureos velos entran las comulgantes hasta el altar. Recibe la comunión de manos del Señor Obispo. Es tanto el fervor que se transparenta en sus actitudes al recibir por primera vez al Señor, que Monseñor luego de la ceremonia, la besa efusivamente y la felicita. Desde este día, y salvo los períodos de enfermedad o veraneo no dejará de comulgar ni una sola vez.
Fuera del colegio, pasa largas horas sobre todo en las veladas invernales, cociendo y bordando. Aparta momentos para intimar con Dios A Nicolás, el más chico, le enseña a tener oración. A las hermanas mayores les ahorra cualquier labor que pueda en lo relacionado a la casa. Hasta atiende algunos pedidos de trabajos de señores que frecuentan la iglesia, y que le entregan ropas para remendar y coser. De esta manera, va aportando su granito de arena en la economía familiar.
“En la dura estación de invierno me levantaba antes del alba, siendo mi delicia el dedicarme enteramente a la oración... Como a una bella jornada sigue el ocaso, así mismo ante la venida del Sol Divino, todo cuanto parece imprescindible entre lo terreno pierde su importancia para mi alma.
Dora rehúsa cuidados exagerados, miradas indiscretas, atenciones especiales. Ama vestir ropa modesta, oscura casi siempre. El color azul marino es su preferido.
Vive atenta a las necesidades de los trabajadores y operarios de la empresa que administra su familia. Asiste a obreros ineptos o faltos de fuerza para el trabajo, frecuenta las tumbas de trabajadores difuntos para elevar a Dios una oración por sus almas, se preocupa por que los hijos de los peones frecuenten la iglesia y se inicien en los sacramentos, tengan con que vestirse y cubrirse del frío, repite si es necesario la explicación del evangelio. Gusta velar por las madres, para que comulguen antes del parto. Fija su atención en los pequeños, para que se bauticen cuanto antes. Tiene palabras de paz para todos.
Dora por estas fechas es ya una adolescente, delicada y atractiva y no le faltan pretendientes. Llega especialmente uno al que Dora tendrá que hacer frente. El hecho, nos lo cuenta Dominica: Dora, con solo 14 años, ora y pide a Dios le muestre su voluntad. Ya ante el jovenzuelo, promete que se encontrarán al día siguiente en la iglesia de San Cayetano, le pide que se confiese antes, para que al conversar con ella y asistir a la Santa Misa, este en gracia de Dios. Acuden los dos a la cita…el joven cumple con lo acordado. Una vez fuera, Teodora responde con toda madurez y fineza a la insistente propuesta del mozo.
- Soy toda del Señor. Estoy segura de que podría ayudarte más con mi oración
La entendió a la perfección el joven y marchó en paz. Años después, Dominica engarzaba los últimos detalles para su entrada al Carmelo. Antes de entrar en clausura, tuvo a bien ir a despedirse de la familia de aquel jovenzuelo que años antes importunara a Dora para proponerle matrimonio. El chico, al ver la oportunidad que se le presentaba, decidió pedirle a Dominica un último favor. Quería hacer llegar a Dora unas palabras de su parte. - Di a tu hermana, que su ayuda y oración me han hecho más bien que su compañía.
En 1915 comienza la guerra en Italia. Las dificultades de todo tipo, incluyendo pobreza de todas las tipologías y situación económica precaria no se hizo esperar. Por supuesto que la familia Fracasso-Cianci también fue alcanzada por las condiciones del entorno. Dora ha de esperar casi cuatro años para realizar su consagración total a Dios en la vida religiosa. Su ideal de salvar almas por la oración y el sacrificio en el Carmelo, sufrirá la prueba de la paciencia y la espera.
En tanto, mientras permanece en el mundo, ora por los soldados, vela, hace penitencia…se ofrece por las necesidades que le llegan de todo sitio. Vigila con su inmolación silenciosa por todos los confiados a su cuidado, comprometiéndose desde entonces su salud notoriamente. Por estar muy cerca el templo de la comisaría militar, es frecuentado por soldados que parten por Italia a la guerra. Procura Dora llevarles libros de oraciones, imágenes y medallas para que se las lleven. De esta forma, trata de transportar la fe a las trincheras de batallas… ¿Cuantos de aquellos pobres hombres que allí perdieron sus vidas, no regalarían su ultima mirada al Sagrado Corazón, o besarían por postrera vez en este mundo su Santo Escapulario gracias a la labor escondida de Dora?
Entra a formar parte en la asociación de la Beata Imelda Lambertini, dominica con una acendrada piedad eucarística; pasará luego a la "Milicia Angélica" de san Tomás de Aquino. Reunía periódicamente a las amigas en la habitación de la casa para hacer meditación y orar juntas, para poder leer y meditar la Sagrada escritura, y especialmente los Evangelio, las Máximas Eternas, la Imitación de Cristo, los 15 sábados de la Virgen, las vidas de los santos y sobre todo la autobiografía de Santa Teresa del Niño Jesús. De este guspo saldrán cuatro carmelitas descalzas. Bajo el consejo del P. Pedro Fiorillo, O.P., su director espiritual, obtiene el permiso para ser admitida en las Terciarias Dominicas, en las que hizo la profesión el 14 de mayo de 1915. Su sueño sin embargo, es el Carmelo. Por el momento, no tiene contacto con ninguno. No sabía que existía un Carmelo en Bari dedicado a San José. Era uno de los más antiguos de la Reforma Teresiana en tierras italianas.
A los 15 años se dedica a dar catecismo a los adultos que están interesados en prepararse para tomar los sacramentos. Trabaja arduamente en la conversión de un primo universitario reacio a la fe. Al final este entrará a formar parte de su grupo espiritual de amigos que en vaivén de flujo y reflujo, se alimentarán de su doctrina y se edificarán con su ejemplo.
Al fin en 1918, termina la fatídica guerra, que tanto sufrimiento y miseria había costado a las familias italianas.
Serás Carmelita
Cierto incidente, pondrá a pensar a la joven con respecto al rumbo concreto que ha de dar a su vida. Un doctor y sacerdote dominico, viene a impartir unas conferencias a las mujeres de la Acción Católica. Luego del encuentro, en el que Dora también participaba, al tocarle su turno para preguntar y saludar al padre, mientras besaba su mano, este se apresura a decirle:
- Señorita usted será carmelita descalza.
- ¿Como lo sabe Padre?
-En los ojos le veo la vocación. Mi buena hija, déle todo al Señor.
Antes de este incidente Dora había tenido un sueño manifestando la voluntad de Dios para su vida. Una joven monja, que se presentaba como la Hermana Teresa del Niño Jesús, la llamaba Hermana Elías y le profetizaba una muerte a corta edad.
Dora comparte con sus padres su vocación. La respuesta del padre al dar su beneplácito fue tajante: “… yo me siento honrado con tu decisión y con tu valor de hacerte monja de clausura, pero si es fuera de Bari, no daré el consentimiento.” De esta forma quedaba claro que Dios la quería carmelita.
En el umbral de la casa de Dios
Tras la guerra vuelve a Bari el padre Sergio de Joya, de la Compañía de Jesús. Fue precisamente Sor Angelina, su maestra en las Hijas de Asís, la que guió a Dora y a su amiga Clara hasta el sacerdote jesuita.
Según nos cuenta su amiga Clara, Dora tuvo un sueño justo la noche antes de conversar con el Padre. “La tarde caía mientras ella rezaba de rodillas en su cuarto ante una imagen del Crucificado. Pasó el tiempo y calló rendida por el cansancio. En el sueño vio a un ángel descender del cielo. Este la tomaba de un brazo mientras se elevaba hacia el lugar de donde procedía, Dora le pedía que regresara por su amiga Clara. El ángel hizo caso a la petición de la joven y regresó por su compañera”.
“El Señor tiene sobre vosotras sus propios designios. Seréis esposas de Jesús: Hermanas de clausura. ¡Y será pronto!” Estas fueron las primeras palabras del sacerdote dirigidas a las dos amigas. Dora se anima a contar el sueño que ha tenido la noche anterior. Al oírla el Padre responde efusivamente con un: “Ese ángel soy yo que viene a conducirlas al monasterio. ¿A cual de las órdenes quieren pertenecer?... Rueguen para que en esto Dios manifieste su voluntad” Propuso un año de intensa oración. Él mientras establecerá contactos con las Carmelitas Descalzas de Bari. Un año después aquel trío surcaba la vía Rossi con el fin de entrevistarse con las monjas. De vuelta a casa, Dora le dice a su hermana Dominica: “He encontrado la casa donde recibiré muchas gracias del Señor, sobre todo la hacerme santa” Esto ocurre en diciembre de 1919..
Las dos aspirantes son recibidas en el locutorio del educantado. Mientras los demás se deleitaban con el pesebre, Hermana Clementina se aparta un poco con Dora:
- “¿Es verdad que quieres ser nuestra hermana?
- ¿Como no? Si me aceptan. ¡Es tan bello el Carmelo!... Estoy leyendo ahora a Teresa del Niño Jesús y me ha hecho enamorarme.
- Pero el Carmelo también es sacrificio, humillación y escondimiento del mundo…
- Si, pero todo esto se pasa si hay amor. ¿No es esto lo más bello? Jesús me está preparando y estoy plenamente convencida de que me dará la fuerza”.
Aquel encuentro siguieron varios en los primeros meses de 1920. Dora no conocía otro mundo sino aquel panorama que brindaba su ciudad, el mundo de la gente sencilla y pobre. Se había centralizado todo alrededor de ella, su familia, su escuela de bordado con las hermanas de Asís, la iglesia de San Francisco. Todo era modestia. Estaba acostumbrada a ver a las personas y vecinos dirigirse muy temprano de mañana a la iglesia más cercana para particular en el sacrifico de la Misa, a las terciarias dominicas y a soldados que antes pedían su bendición y se encomendaban a la Virgen.
Una vez pidieron a Elías que definiera su vocación. La respuesta fue parca a la vez que profunda: “Yo no se que es la vocación. Yo solo escuche que el Señor me llamaba y yo respondí sin pensar más nada. Yo desde chica, sabía que el me quería para Él, y siempre demandé su fuerza para mantenerme en este camino. Si volviera a nacer me hubiera hecho monja antes. Mi mundo, mi cielo, mi mar, mis flores… son Dios que es mi todo”.
Para Dora, el Carmelo no devenía fin en sí mismo. Era un medio, una escuela de santificación… lo que le interesaba en realidad, era pertenecer plenamente a Dios…ser toda del Señor: “Señor, tu sabes porque vine al Carmelo, cual fue mi único ideal. Te ruego, realices este ardiente deseo que haz puesto en mí.
Quiero hacerme santa, una gran santa: por esto escapé del mundo en el amanecer de mi vida. Estoy en el Carmelo… para enriquecer la Iglesia de muchos sacerdotes con mi oculto sacrificio.
Estoy aquí para rogar por los pecadores lejanos del buen Dios: por los que sufren y por mis hermanos misioneros, por esto te he consagrado toda mi vida.
Más esto no basta. Vine al Carmelo para sepultarme, para vivir escondida en Dios, olvidada de todos, incluso de mi misma. Este deseo de eclipsarme de toda mirada humana no es menos fuerte que mi vocación de carmelita descalza”
La fecha de ingreso se fijó para el 8 de abril de 1920, Fiesta de la Pascua. Antes de entrar, Dora pepara junto a su amiga Clara un retiro de díez días con ejercicios espirituales incluidos. Redacta entonces el programa: oración, silencio, sacrificio y también recreación, misa diaria. De esta forma se prepara para el gran paso que va a dar.
Preludio Carmelitano, el postulantado.
La joven que pretende vivir la vida del Carmelo, ha de pasar antes una experiencia larga de seis meses como mínimo. A esta experiencia en clausura se le llama postulantado. Madre M Magdalena de Jesús Nazareno fue la que recibió como maestra a Teodora. Era una educadora nata y poseía muchos dones y carismas humanos y espirituales.
Al fin, llega el día y la impresionante puerta reglar se cierra tras las espaldas de las dos postulantes. Dentro las espera la comunidad. Fuera quedaba destrozada y sumida en llanto su madre. Poco después escribiría así: “¡Oh Carmelo santo, oh santa Religión, yo toda me consagro a ti. ¡Cuánto me gusta tu soledad!¡Oh Señor, cuanto he anhelado ardientemente este lugar de paz; aquí he venido para hacerme santa, para rogar por la Iglesia, y sobretodo para ser olvidada! ¡Que dulce es ver por primera vez la celda, soñada e imaginada tantas veces… ahora es una dulce realidad!... Jesús, Jesús, ¿Cómo decir esto que pasa en el corazón? He encontrado todo aquello que buscaba. El Carmelo es tal y como le imaginaba. Quiero desatar mi canto de agradecimiento infinito. En el silencio te cantaré mi amor.”
Escribe luego un emocionado adiós a todo aquello que ama: “Adiós casa mía, nido de paz y amor, dulce santuario de fe y de virtud, te dejo por mi Dios. Señor, he oído tu voz, vuelo al Carmelo. Adiós mamá querida, perfumada de toda virtud, esplendida de ejemplo tu fuiste mi luz… custodia de mi corazón…te dejo solo por mi Dios. Papá de mi corazón adiós, adiós, te dejo porque Jesús me llama, y estoy feliz de poder sacrificar por Él, el gran amor que por ti tengo. Tú que siempre me comprendes y tanto me amas, me ofreces al Señor… Adiós hermanos, adiós casa natal…adiós para siempre a todos y a todo. Tengo sed de silencio de paz y de oración, tengo sed de olvido, de partir y de amar ardientemente, vuelo al Carmelo para apagar la sed, esta ardiente sed que me devora.”
Las hermanas las reciben muy contentas, todas aguardan con expectativas a las dos mozuelas que se han dado del todo a Dios y quieren consagrarse a Él en la Orden de la Virgen. Sin embargo, pese al recibimiento tan sentido, Jesús quiere que su corderita, incursione por los caminos de la cruz. Este es el regalo que le hace, casi desde el comienzo de sus días en el Carmelo.
El postulantado de Dora fue de mucho fervor, pero también de grandes dificultades interiores, de aridez, de tentaciones. Sabía a las claras que debía cargar con su cruz, más no alcanzaba a descubrir las dimensiones del madero que le reservaba el Señor: “Durante el tiempo de mi postulantado, era feliz de darme sin reservas a Él, esforzándome, o mejor, dejándome hojear gozosamente por Jesús mismo. Así pasaba mis primeros días en el Carmelo. Mas en este estado de tanta quietud, en mi pobre corazón y en sus íntimas fibras, el dulce Nazareno suscitaba un deseo ardiente de eclipsarme a la mirada de las criaturas y vivir así, escondida en Él.”.
Por obediencia y a manera de desaguadero, hace partícipe de su “noche oscura” a Madre Magdalena. Su noche entonces conocerá oscuridades impensables, recrudecida con incertidumbres e incomprensiones. Le vienen a la cabeza pensamientos horribles y de desesperación. La obra purificadora de la gracia, trabajaba en lo más oculto. Por fuera, no se notaba nada.
Se duda entonces si es conveniente su toma de hábito. Entre la Priora y la Maestra, se entabla una dicotomía de criterios. Consultan al Padre General. Al final y gracias a unas de las novicias que la ayudó en sus primeros días en el Carmelo deciden aprobar su vestición.
Vestida como la Santísima Virgen
Para toda carmelita descalza, su toma de hábito, marca el momento de comienzo del noviciado, periodo especialmente dedicado a profundizar en la Regla y las Constituciones de la Orden. El 24 de noviembre de 1920, de mañana, comienza la ceremonia. Desciende Dora vestida de novia. Primero la misa, luego la comunidad se encarga de conducir a la postulante ante el obispo para dar inicio a la vestición. Permanece vestida con traje esponsal y un cirio en la mano.
Acompañada ahora solo de la priora, Dora se postra ante el arzobispo de Bari:
- ¿Qué pides?
- La misericordia de Dios, la pobreza de la orden y la compañía de las hermanas.
- ¿Vienes resuelta a perseverar en la orden hasta la muerte?
- Así lo espero, apoyada en la misericordia de Dios y las oraciones de las hermanas.
Se retira la postulante del coro por un momento. Entra luego, llevando el sayal de jerga del Carmelo, trae en sus manos el crucifijo. Es el momento culminante del rito. Se arrodilla ante el Obispo. Queda así ofrecido a los pies del altar su mejor sacrificio…el de su vida. Continua el rito, rico y elocuente en palabras y acciones. En un momento de la ceremonia, luego de la imposición del escapulario, la correa, la capa y el blanco velo, la novicia es conducida al medio del coro, postrándose en tierra con sus brazos en cruz. ¡Ha muerto para el mundo! En el jardín fecundo del Carmelo, nace otro lirio para gloria Dios.
Desde ahora, ya no le llamaremos Dora, tampoco Teodora… es ahora Hermana Elías de San Clemente. El nuevo nombre rememorará en nosotros la antigua historia del profeta del fuego. Elías, fue el nombre propuesto años antes por Santa Teresita a Dora en un sueño. A este, el Padre General, añade el apellido de San Clemente. Y nos preguntaremos. ¿Se han resuelto con la toma de hábito las diferencias y terrores del postulantado? ¿Las pruebas interiores han pasado? Dora, en el cuarto aniversario de su profesión… “La vestición, tuvo lugar ciertamente en la noche del espíritu”
De novicia
El año del noviciado es apasionante en la vida de la monja descalza. Tiene el encanto del primer amor… ese amor al AMOR, que no deberá apagarse nunca. Antes bien crecer en disponibilidad, generosidad y entrega del alma al TODO sin que se haga partes. Magdalena, expone al grupo de las novicias la doctrina de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Hablaba con mucha frecuencia la Madre Maestra, del “Caminito de la infancia espiritual”, propuesto en los manuscritos de Teresita.
Hermana Enmanuela, será la encargada de introducir en las costumbres del monasterio a la nueva carmelita. Según nos cuenta ella misma, siempre quedaba edificada con las actitudes y disposiciones de la Hermana Elías. Entre las muchas cosas que refirió a su muerte de su santidad dijo que amaba el silencio de la Regla con locura, argumentando siempre: “El silencio une al Señor”. La humildad se transparentaba de forma natural en su rostro.
Cuentan que un día el Señor Arzobispo fue a visitar el monasterio. En un momento del recreo, Hermana Elías invitó a las novicias a postrarse delante del Arzobispo con las manos juntas.
-Excelencia, ponga a cada una el nombre de una flor.
- ¿A ti cual te gustaría ser?
- Una violeta, porque se esconde tras las hojas, es una flor humilde.
Cuando había visitas en el locutorio, Hermana Elías se escondía siempre dentro de las demás para no llamar la atención. Tanto que Madre Magdalena, le reñía diciendo: ¿Será posible que siempre quiera esconderse?
Según algunas monjas, Elías “veía a Dios en todas las cosas. Ya fuera en la terraza o en las recreaciones de verano. Hacia el cielo mandaba besos a las estrellas diciendo: Esto es para Jesús”. Se le veía a menudo absorta, sus ojos fijos en el Sagrario tras las rejas del coro. Los ojos le brillaban, el rostro transfigurado quedaba estático. Siempre que se le preguntaba decía: “párate un poco, es el Maestro que te llama… escúchalo…” Otras veces, mirando las espinas de la corona del crucifijo de su celda decía: “A mí las espinas, a Jesús amor.”
En un día de esos venturosos, en los que Jesús da consuelos al alma, se acerca por el Carmelo su antigua maestra, Sor Angelina. Platican acerca de la vida religiosa y de la experiencia de Elías en el poco tiempo que lleva tras los muros del monasterio. La antigua profesora interviene: “Todos desearíamos volar de la tierra al cielo” Elías como presagiando su futuro afirmó: “¡Oh, a mí me sucederá pronto…! Y será la unión beatífica”
Acerca de su toma de hábito y postulantado, cuatro años después, en el aniversario de su vestición, rumiando aquellos días, Elías escribió: “Cuando pienso en mi vestición y en el primer año de noviciado, no puedo dejar de llorar de gratitud a Dios que así delicadamente supo obrar en mi alma y excavar en el silencio y el olvido los cimientos de una felicidad que será eterna en el cielo.”
Primeros votos
El 24 de noviembre de 1921, terminado el primer año de noviciado, se prepara con unos ejercicios para su profesión simple. Al término de estos, Elías pronuncia sus votos, y en lo profundo de su corazón formula la ofrenda de si misma como víctima de amor a Jesús- Sacramentado. Trascribimos a continuación algunos de sus propósitos que rebelan su disposición para el acontecimiento.
- Inmolar generosamente toda mi existencia al buen Dios.
- Ocultarme a la mirada de las criaturas, y a mi misma, olvidándome y dejándome olvidar.
- Amaré el recogimiento, la soledad y el silencio, guardando celosamente la dulce presencia de Jesús.
- No dejaré de hacer nada que le de gloria
- Mi vida transcurrirá en un seco abandono entre los amorosos brazos de Jesús, en una ilimitada confianza… apretada a su Corazón.
- Amaré apasionadamente la vida escondida y en eso consistirá mi paraíso aquí abajo.
- Trataré de vivir en una santa igualdad de afectos, no mostrando más particularidad con nadie, pues mi verdadero amigo, íntimo y amado será Jesús solo.
- Intentaré no dejar escapar las pequeñas mortificaciones de la jornada, y viviré siempre sometida a todas.
- Trataré de vivir siempre bajo la mirada del buen Dios, actuando con alegría para darle gusto.
- No excusarme más… callar siempre… preferir la muerte antes que desagradar en lo más mínimo al Señor.
El 4 de diciembre de 1921, después del año canónico de noviciado y de haber experimentado la vida religiosa con todo lo que implica en el plano personal, humano, físico y espiritual; emite Elías sus primeros votos. Se une a su Esposo; decide seguirle pobre, casta y obediente.
Elías vivía y distinguía a ciencia cierta el paso que estaba dando. No se notó veladuras en su voz, tampoco la melancolía vacilante de quien sabe lo que deja y le pesa. Se le oyó serena y firme en su propósito: “Yo, Hermana Elías de San Clemente, hago mi profesión y prometo obediencia, castidad y pobreza, a Dios Nuestro Señor, a la Bienaventurada Virgen Maria del Monte Carmelo, y a usted, Reverenda Madre Priora y a sus sucesoras, según la Regla Primitiva de la Orden”.
Además de estas palabras que pertenecen al Ritual Propio de la Orden para la ocasión, en su corazón, también pronuncia su ofrenda a Jesús; intención que para nuestro bien quedó plasmada en sus apuntes íntimos: “Ofrenda de todo mi ser, cual victima de amor a Jesús-Hostia, vivo en el altar. Yo, Hermana Elías de San Clemente, ofrezco toda mi existencia al celestial Esposo de mi alma en el día solemne de mi profesión y juro eterna fidelidad, viviendo verazmente su alianza y elección, no deseando aquí abajo otra cosa que su santo amor. Por eso renuncio a partir de este momento a todo amor sensible, a toda satisfacción, a todo mínimo afecto, a todo gusto espiritual; para no vivir sino de pura fe, amando, obrando solo para Dios, inmolándome a la sombra de un silencio profundo, a cada instante de mi vida, cual hostia víctima de su amor”. De la Hermana Elías de San Clemente, Carmelita Descalza a su Jesús. Estas palabras, pronunciadas en el momento de la Santa Comunión, las llevaba escritas en una hoja de papel de carta sobre su corazón.
Después de emitido sus primeros votos, y de la oferta de Elías cual víctima al Amor, se acentúa un periodo nuevo para la vida de la neoprofesa, periodo de arduo trabajo interior, personal y divino. La gracia la transforma, ella desde su pobreza, se deja transformar por la gracia.
En 1922 escribe a su Madre Maestra: “Después de diez meses de densas tinieblas y de perfecto abandono del cielo y de la tierra, después de largos y terribles asaltos del enemigo infernal… mi alma ha recobrado su antigua paz; por decirlo mejor, una paz intima y profunda, inquebrantable a toda invasión… ahora toca vivir de pura fe.”
No solo en la alegría, también y particularmente en el dolor, veía Elías al Creador en todo y todos. El sufrimiento, para ella poseía un sentido salvífico y unificante. Se había desposado con Él bajo el signo de la Cruz, pues “la naturaleza humana en el árbol de la cruz, fue redimida y reparada” Hermana Enmanuela, declaró durante el proceso: “En el momento de la comunión, era como un volcán”… susurraba palabras dulces a Jesús, para que entrando en ella, encontrara sus delicias… luego se recogía en un profundo silencio… coloquios de amor con su Amor del cielo.
Sus devociones
Tenía varias devociones muy queridas y especiales: sus hermanitos del cielo, por ejemplo. Los llamaba así porque habían marchado a Dios muy tempranamente y porque nunca le dejaban sola.
San Juan Berchmans… “su pequeño Juan.” Gabriel de la Dolorosa… a quien pidió le alcanzara de Dios el olvido de todo lo creado. Teresita del Niño Jesús “”. Le ruega: “Vela… guíame siempre hacia el cielo. Haz que yo ame la virtud… en abandono, simplicidad y amor”.
Durante los años siguientes en los que continua Elías la formación religiosa con vistas a su profesión solemne, como hilo conductor de toda su vida y actuaciones, estará el deseo incesante, dinámico y revitalizado a golpe de un día y otro, de darse, abandonarse, donarse, inmolarse y ofrecerse con más amor y menos interés de retribución a su Señor.
Para 1923 escribe en su cuaderno: “Darme toda al Señor, sin ninguna reserva, arrojándome en el campo del sacrificio generosamente… Abandonándome ciegamente a la acción del amor y recibiendo todo y siempre de las manos de Dios, sin investigar nada... Ejercitarme en la humildad de corazón, viviendo sometida a todos. Abandonándome a la voluntad de Dios, como una niña lo hace en brazos de la mamá, con ilimitada confianza y ardiente fe”
Vale la pena copiar textualmente su reflexión sobre el tema del abandono absoluto en manos del buen Dios. No conoce afán de ser tenida en algo sino de agradarle en todo… aunque a los sentidos no quede claro ni la mitad de las cosas que acontecen: “Si vivimos para el cielo, ¿Porque afanarse con las cosas de aquí abajo? Si Dios vive en nosotros, ¿Por qué buscarlo en otro lugar? Si Jesús desea ser Él solo, el apoyo del alma que atraviesa el exilio: ¿Porque apoyarse en las criaturas que a un soplo de viento se inclinan y se quiebran? Si Jesús vela continuamente a nuestro lado: ¿Porque no rendirle dulcemente nuestra compañía, trabajando y sacrificándonos alegres, consolándolo de tantos desprecios que su corazón recibe continuamente de los que tanto ama?”
Elías, quería hacer realidad esta reflexión en su vida, y no faltan notas en sus cuadernos íntimos, que traslucen al que los lee, el fuego de amor que la consumía, y que le hacia traspasar las barreras de lo superficial y convertir en obras su oración: “Igualdad de humor –por ejemplo- abrazar siempre lo más duro y lo más penoso, hablar poco con las criaturas y mucho con Dios. No dejar escapar las pequeñas mortificaciones de la jornada, procurar con santa astucia vivir siempre sometida a todos, incluso a la última de casa… decir una oración especial por las hermanas que involuntariamente me han dado un disgusto.” De estas resoluciones, encontramos llenos los escritos de Elías de San Clemente.
Lo más interesante en su vida, es que pese a la edad, y lejos de ser una de nuestras acostumbradas místicas de la edad media, Elías se hizo santa porque Dios iba obrando maravillas en su vida. La transformación se obró a golpe del día a día, de mil renuncias, de mucha oración, de incontables horas estando a solas con quien bien sabia la amaba. Su mayor mérito residió en vivir muy unida a Dios…siempre en Dios y para Él…enamorada de Él. Luego, todo lo bueno y loable que se pueda decir de ella… no es sino reflejo de lo que vivía en su interior… de ese estarse siempre y en todo lugar amando a su amado… sin nadie, sino sola ella y Él.
La hermana Isabel de la Trinidad, había entrado al Carmelo de Bari en 1922. En el momento de los hechos que relatamos a continuación se preparaba para su toma de hábito. Para Dora, era ya el segundo año de formación.
Había notado Elías en la futura novicia alguna incertidumbre y duda. Sabía que necesitaba conversar con alguien. La tarde anterior a la vestición le salió al encuentro. Tuvieron oportunidad de hablar despacio. Con elocuencia y mientras rememora su propia experiencia, habla del regalo que supone la vocación: vida ofrecida por amor y sin intereses. En un momento de la conversación, aprieta las manos de la joven postulante diciéndole: “Es la ultima tarde que tendrás tu cabello, y aún, perteneces al mundo. Mañana serás toda de Jesús.”
Maestra joven
El Carmelo de Bari tenía anexo un colegio, autorizado por la Orden y los Obispos, no sólo como medio de subsistencia, sino y más que nada, por asuntos políticos e históricos que quedan hundidos en los conflictos de la Italia de aquellos años. Por esta razón el número de monjas era mayor, superando así el límite que Santa Teresa determinara en sus constituciones para cada monasterio.
El nivel que ofrecía el educantado era medio, también se enseñaba bordado y música vocal e instrumental. Estos últimos eran considerados esenciales para todas las jovencitas de buena sociedad.
Durante el año escolástico 1923-1924, la Hermana Elías de San Clemente fue asignada al educantado como instructora y maestra de bordado. De esta forma, con tan solo 23 años, Dora con diploma de tercero elemental, trabajará con maestras de otros estratos sociales y de mayor formación académica.
Elías, joven profesa de votos simples, atraviesa el umbral de uno de los momentos más importantes de su vida religiosa y de su camino interior hacia el Monte de la Perfección. El nuevo cargo, aceptado por obediencia, no le hacia fácil vivir su vida de recogimiento como las demás hermanas destinadas al coro y a la vida comunitaria. A pesar del trastorno que suponía el cargo decía: “Por ti, Señor,… desempeño mi oficio, sin salir ni un solo instante de vuestro Sacratísimo Corazón. En las jóvenes trato de ver la imagen vuestra y pienso en vuestros años infantiles. Me parece verte, especialmente en las más pequeñas… a estas criaturas, todas, las amo igualmente en ti, nada buscando de mi interés, de mi satisfacción, y prefiero mil veces la muerte que sentir en mi alma el menor acto de vanagloria.”
Sus jornadas, desde ahora, se volverán versátiles e irregulares, subordinadas a las necesidades de las alumnas y del educantado. Sin embargo, su norte y centro, sigue siendo el Amor, a quien regala frecuentes miradas y visitas desde las rejas, en la soledad del tabernáculo. Por las mañanas, la oración y al encuentro con las jovencitas. Las clases, la atención a las necesidades humanas, materiales y, sobre todo, espirituales de sus alumnas… formaban parte de su cotidiano hasta la tarde. Luego las horas dedicadas al rezo del oficio, refectorio, recreación y demás ocupaciones de la vida monástica.
Las jóvenes no tardaron en aficionarse a la nueva instructora. Elías era de trato afable y amistoso, inspirador de confianza, abierto a la escucha, lleno de Dios y de la Virgen, henchido de amor…con una sonrisa siempre a flor de labios. Sabe que el amor se predica con el ejemplo, por tanto, rehúsa imponer y prefiere mostrar.
Por su forma de concebir la autoridad, y más por interpretarla desde el amor… fue severamente criticada por la directora del educantado en varias oportunidades. La Hermana Paloma, que así se llamaba la encargada, era de otro estrato social diferente, una perfecta aristócrata. Su modo de ejercer la autoridad, entraba muchas veces en disonancia con la de Elías. Diríamos que ostentaba la obediencia debida con aire imperial.
Al llegar el final del año escolástico, las jovencitas se despedían de sus profesoras. Elías había notado como una, entre tantas, lloraba sin consuelo. La llamó aparte para preocuparse por el motivo de su congoja e insistió en dar un consejo a la joven: “¡Eres muy sensible! Si no cambias, sufrirás mucho en la vida. No te apegues a las criaturas, sino al Creador, que te ama mucho más.”
No tenía preferencias con ninguna. Con todas “igualdad de amor e igualdad de olvido”. Si se acercaba a algunas con más frecuencia, era porque estaba de seguro necesitada de consejo y guía. Olga era una de las jóvenes del educantado, inteligente, sincera y muy emprendedora. A la tercera lección, ya sabía coser y bordar a máquina y una vez, hasta propuso un concurso a su Maestra. Elías sin embargo, prefiere un clima de igualdad entre las alumnas, tendiendo siempre a ayudar y corregir de forma amable: “No te enorgullezcas (decía a Olga), todo los dones te vienen de Dios. Sin Él no podríamos nada. El los da y Él los quita.”
Las alumnas no solo recibían clases de costura y bordado, sino que leían y estudiaban el libro vivo, que era Elías, con una alegría particular que manaba de sentirse amada y abandonada en Dios hasta en los más mínimos detalles. A la hora de enseñar la norma y guía de la instrucción, para Elías estaba clarísima y queda resumida en una frase que gustaba repetir a sus alumnas: “Hagan todo por amor de Dios”
Elías, que no es ciega, percibe con frecuencia cuan recias y estrictas son algunas profesoras con las alumnas. Estas pobres jóvenes, que en el hogar no estaban acostumbradas a la vida claustral, caían de manera frecuente en mil desobediencias por no guardar las normas en cuanto al santo silencio. Sabe que las religiosas no lo hacen por mal. Más de una vez repite a las más cercanas de entre las alumnas: “¿No te das cuenta que lo hace por educarte mejor?”.
Bajo el signo de la Cruz
Años antes, Dora había traspasado el umbral de la Puerta Reglar del Monasterio del Señor San José con muchas ilusiones. Podríamos entender perfectamente que viniese con algún deseo sensible. Pero más que claro es, que fuera de esas ilusiones que tocan a cosas importantísimas y de mucho costo, Dora traía otras… más esenciales, centradas y sublimes. Desde su misma toma de hábito con precisión los ángulos y cimientos sobre los que debería basar en adelante su vida: Amar-Sufrir- Inmolarse
Su misión en el Carmelo será acompañar a su Jesús, solo y muchas veces abandonado… sufrir por amor, todo lo que el AMOR se dignara enviarle… e inmolarse por tantas almas que no le conocen o lo rechazan.
En aquella cruz sin Cristo, que según la tradición teresiana está siempre detrás del jergón de los descalzos, hijos de Teresa de Jesús, debía morir cada día. Morir a los repiqueteos del mundo que trasportaban su corazón fuera de la tapias, a los orgullosos pensamientos femeninos, a la propia voluntad de hacer y deshacer según el gusto y servicio… a los afectos, a las intimidades, a ser regalada de todas y en todo. Sucumbir, en fin, a ella misma… hasta que en el alma solo quedara el vacío dispuesto y transparente para ser habitado para siempre por Dios. No quería dispensarse de nada que la hiciera diferente a las demás. Había abrazado una vida austera no para remediarse, sino para vivirla a cabalidad.
En un crudo invierno, su hermana carnal, Dominica, convertida en Hermana Celina había notado como Elías, ni en las noches más frías, preparaba de manera diferente su celda y jergón a fin de que quedara más confortable y cómodo. Era costumbre que en las celdas solo se tuviera una sabana de lana.
Al parecer, la Hermana Elías de San Clemente, aunque no se quejaba, pasaba verdaderas noches de insomnio producto del frío, pues el invierno era fuerte. Notándolo su hermanita, y guiada quizás por el mismo amor filial que las había unido siempre, mandó un mensaje a la casa materna para que, cuanto antes, enviasen al monasterio de San José un cobertor mas confortable para su hija. Debió parecerle demasiado bello el cobertor, pues no se hizo esperar el rechazo por parte de Elías. La hermana, entonces, tomando cartas en el asunto, trató de hacerla entrar en razón…pero ella respondió de forma tajante: “Esto es la voluntad de Dios.”
Estimaba y practicaba con diligencias las penitencias tradicionales del Carmelo, entre ellas el cilicio y la disciplina. En alguna ocasión, la Reverenda Madre Angélica de la Sagrada Familia, priora del monasterio, tuvo que escribir a su Director espiritual en Roma para que moderase las penitencias de Elías, pues él las había autorizado. Según palabras de la Madre: “… en la penitencia como en la virtud, hacía todo muy seriamente”
El educantado fue un periodo larguísimo en su vida de religiosa, se las ingeniaba bien y ganaba los corazones de las alumnas. Debido a su tercera elemental en costura, su bordado era insuperable. Conquistaba y practicaba la caridad con todas… ¿Qué le faltaba? No respondemos, pero los planes de Dios para la vida Elías eran otros.
A pesar de sus relaciones inmejorables con las alumnas, sobre todo con las mayores a las que gustaba hablar de Dios y sus mercedes, Elías notaba hacía tiempo cierto aire coladizo de recelo y desconfianza, que llegaba del entorno más cercano. No es de extrañar que la mayoría de los sufrimientos en esta nueva etapa de su vida, le hayan alcanzado de sus allegadas, de las mismas monjas de su comunidad.
Debió ser duro para Elías encontrarse con estos sentimientos adversos. Ella, que había salido del nido paterno tan cristiano y caritativo para volar como una paloma rauda al puerto del Carmelo, se encontraba ahora con los recelos y las conductas reprobables de las hermanas que más deberían apoyarla y cuidarla. Cierto es que no eran todas, ni siquiera la mayoría… pero el peso de la cruz, aunque lleve algún alivio como el del Cirineo, sigue siendo molesto… y siempre recae en el hombro macilento y doliente. Mientras tanto, el proceso de amarre de Elías a la Cruz de su Esposo, iba en aumento. Cada batalla vencida, cada diferencia salvada en el campo del amor y la fraternidad teresiana, eran pasos firmes hacia su comprensión interior del misterio de la Cruz… Cruz que le permitiría en algo, asemejarse a su Maestro sufriente.
Nos adentramos ahora un periodo doloroso de la vida de Elías, del que no ha querido trasparentar mucho en sus escritos… poco también cuenta a sus confidentes: “Oh mi Divino Maestro, sellaste con caracteres indelebles el libro de mi vida, las páginas solo pertenecen a vuestro Divino Corazón, luego cerraste para que nadie pudiera entender sus letras aquí abajo” Así trascurrían días, meses y años. Elías era una historia, tejida y entendida solo de Dios , para gastarse y consumirse a su servicio.
Entre la priora y la directora
La Madre Paloma era una directora austera y de temple fuerte. Había huido de la casa paterna para seguir la voz del Señor dejando una familia distinguida que la quería mucho y un futuro prometedor. Desde que se abrió el educantado con carácter oficial en 1907, la Hermana Paloma figuró como la enviada por la providencia para esta labor. Su forma de gobierno estaba pautada y muy bien definida; el reglamento, el respeto a la autoridad de los superiores, la disciplina.
Resulta que, según las alumnas y algunas compañeras de noviciado, la Hermana Elías comenzó a ser incomprendida desde el momento en que la directora se enteró que hablaba afablemente y en tono jovial a sus alumnas acerca de las virtudes, de la virginidad y del cielo. A ciencia cierta, esta actitud de Elías, más que reprobable era digna de alabar y promover. Pero las cosas hundían sus raíces en otras tierras, fertilizadas por mentalidades clasistas y nobles.
El gobierno en los monasterios teresianos, más que oportunidad abierta para mandar y hacer lo que se quiera, es concebido como un servicio, que a veces parece enojoso por lo que significa y trae consigo.
Pero Elías era, por así decirlo, la última de las hermanas en el educantado en cuanto a formación; hija de un modesto trabajador, sin más preparación que tercero elemental. Esta situación, de seguro reportó muchos sufrimientos a la ven profesa. Sin embargo, no había venido al Carmelo a ser servida, ni a ser tenida en mucho. Ciertamente se reconocía como la nada misma. Quería inmolarse, y en estos momentos de la historia que seguimos, Jesús le mostraba el camino hacia la Cruz que le había reservado. La Madre, por su parte quería saber qué acontecía en el educantado. Sabía que si Elías hablaba, no era nunca de ella misma. Si algo refería era siempre de Dios.
Según la Madre Ana La Volpe, la priora estimó y quiso mucho a Elías. Los motivos: su virtud y sus innumerables cualidades que se traslucían en la franqueza y en la fidelidad con que vivía en medio de la barahúnda que suponía el educantado, su entrega a Dios en la Orden del Carmelo Descalzo. Lo que pasaba era que por su carácter y temperamento conciliador, escuchaba las quejas que de la joven carmelita tenían otras monjas. Esto a las claras, hacía sufrir mucho a nuestra corderita.
Las sospechas, al principio, fueron convirtiéndose en palabras, y las palabras metamorfizaron fácilmente, hasta crearse entorno a la pobre jovenzuela un ambiente tenso de incomprensión y de aislamiento. Incluso su compañera de noviciado reconoció que durante este periodo de muchos dolores de alma para la joven biografiada, ella aumentó sus penas y sufrimientos marcando distancias sin razón. Elías no podía explicarse qué acontecía a su alrededor, ni los motivos de la distancia a veces tan claras, ni los cambios de comportamientos de algunas hermanas hacia su persona. Eso sí, no cuestionaba la obediencia, amaba a la directora, respetaba a las demás hermanas de la comunidad. Si de alguien dudaba, antes que hacerlo de todas, era de ella misma.
La Madre Magdalena, supriora y maestra de novicias, quien en tiempos del postulantado no había comprendido bien a la joven, simpatizaba ahora mucho con ella. Contrariada alguna vez por la incomprensión con que se le trataba, preguntó a la Hermanita:
- ¿Cómo te trataron las hermanas en el educantado?
- No se puede desear más, Madre, mis hermanas son todas ángeles.
La Cruz que había indirectamente pedido el día de su profesión cuando definió tan perfectamente el ideal del Carmelo, le salía al encuentro. ¿Qué le quedaba por hacer? Ofrecerse en esa Cruz al AMOR… pasar por la experiencia dolorosa del martirio de corazón.
Al alba del 8 de diciembre de 1924, en su celdita del educantado, hace el voto de lo más perfecto. Es un nuevo empeño, un voto que en privado añade a los otros tres que pronunciara en su profesión de votos simples. Desde esa hora, promete ofrecer a Dios en el secreto de su alma un último vínculo con la voluntad divina, hora por hora… día por día, mes por mes, año por año.
Este voto, hecho de forma grave y formal, exige del alma y presupone una facilidad de control y de autodominio considerable. Por más que quieran explicarlo psicólogos y moralistas, la actitud de los santos, y más concretamente de Elías, les quedaría difícil. Cuando Dios quiere, da pruebas que escapan a todo razonamiento lógico, teórico y conceptual. Tal es el caso de Elías. Es verdad que quería Elías, pero… ¿Quién sino Dios la obsequió con su gracia para cumplir sus votos con fidelidad hasta su muerte?
En este nuevo empeño, Elías fue asesorada por su Director Espiritual. Se llamaba, Elías de San Ambrosio, Procurador General de la Orden del Carmen.
Al principio, Elías, se mostró desconfiada, asegurando que no iba conforme al caminito de la “Infancia Espiritual”, el legado más hermoso de su querida hermanita de Lisieux. Luego, a mucho insistir por parte del Padre Elías y la Madre Priora, se inicio en él con el mayor de los abandonos y la más probada confianza.
Escribe con su sangre: “Dios mío, para vivir contigo en el más perfecto amor, hago voto de hacer eso que en el momento de obrar, parezca lo más perfecto y de mayor gloria tuya. Dios mío, dígnate a aceptar este sacrificio… y confirma con tu divina gracia mi debilidad, para que tu fuerza siempre me sostenga. Amen. Hermana Elías, esto, Dios mío, lo sello con mi sangre ”
Aún no termina. Como broche, firma con la sangre de su dedo y sigue escribiendo el acto de ofrenda al Amor Misericordioso de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.
“¡Para vivir en un acto de perfecto amor, me ofrezco como víctima de holocausto a vuestro amor misericordioso, suplicándote me consumas sin medida, dejando inundar en mi alma las olas de infinita ternura que están escondidas en ti, y así alcanzaré la fortaleza, para devenir mártir de vuestro amor, Oh mi Dios!
Que este martirio, después de estar preparada y comparecer delante de ti, me haga finalmente morir, y mi alma se lance sin ninguna tregua hacia el eterno abrazo de vuestro amor misericordioso. Quiero, mi querido, que todo latido del corazón renueve esta oferta un número infinito de veces, a fin de que, desvanecidas las sombras, pueda repetir mi amor en un “cara a cara” eterno.”
Pasa el tiempo, y el educantado sigue siendo el mismo, con todo lo que trae incluido: las diferencias, celillos, alguna que husmea detrás de sus clases con tal de saber que hace y habla a las alumnas. Más todo, ahora se desvanece en su corazón como la niebla de la noche ante la llegada del sol. Elías, mientras tanto, va dejándose cosechar por el divino labrador, en silencio y soledad. Vive dándose al Amor en todo instante y momento: “!Oh Dios mío, oh mi todo! Tú solo ahora eres la alegría de esta pobre alma, y el pensamiento de que, para ser comprendida por ti, basta callar.”
Todo esto acontece en la mañana del 8 de diciembre de 1924. Elías esta unida por gracia de Dios al misterio de la cruz. Sus momentos, son todos momentos de abandono y confianza en el Señor que la crucificó con Él. No dice nada a nadie. Al exterior tan igual…como siempre. Más en su alma, tiene la plena seguridad de que ha aceptado Jesús su ofrenda… su donación desinteresada del corazón… ofertorio de sangre.
Esposa para siempre
El voto de lo más perfecto y la ofrenda de sí misma al Amor Misericordioso traslucen su más importante empeño, la perfección evangélica y el abandono de toda su vida en Dios. Con este acto de ofrenda y con el voto, puede decirse que Elías entra en el centro y corazón del Caminito de la Infancia Espiritual… doctrina toda de la santita de Lisieux.
Con este infantil espíritu y trayendo a su mente con periodicidad las palabras del Señor: “…de los niños es el Reino de Dios”, Elías pronuncia sus votos solemnes.
La celebración se fijó el 11 de febrero de aquel año del Señor de 1925, fiesta de la Virgen de Lourdes. Esa mañana, lucía monísima la iglesia del Carmelo de San José, llena de amigos y familiares. Oficiando, el Señor Arzobispo de Bari.
El coro de las religiosas interpretó en gregoriano el canto de las esposas vírgenes. Terminado el canto, en el silencio profundo de la asamblea, compuesta por monjas y fieles, el Arzobispo invita: Venid, esposa de Cristo.
Elías, avanza con la vela encendida, envuelta en la blanca capa y entonando lentamente las emocionantes notas del canto: Tómame, Señor, según tu palabra, que yo viva en ti. Y tú no defraudes mi esperanza. El Obispo extiende entonces las manos hacia la ventanilla y le pone el velo, signo de su consagración por siempre al Amor. Allí está su comunidad y sus amigas. La Iglesia de la tierra y del cielo, han escuchado su Fiat, su sí al Señor. Un sí que no se despintará ni en los momentos más duros y tristes.
Le aguardarán algunos sinsabores… pero ahí esta su opción al Amor… y estará todos los días de todos los años de su vida.
Aquel año de 1925, fue proclamada santa su tan querida Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, sólo tres meses después de su profesión. Es muy fácil y deducible imaginar las alegrías que la embargaron en estos días. Se esmeró mucho para preparar la celebración en la iglesia del monasterio.
La Hermana Dorotea, cuenta que en el día de la fiesta de Santa Teresita, la vio apoyada en las rejas del coro, orando y llorando inconteniblemente. La Hermana Ana por otro lado, se le acercó para preguntarle que le sucedía, a lo que ella respondió: “Santa Teresa no me ha hecho la gracia de morir en su día… habría querido estar en el cielo con ella.”
La profesión de la Hermana Elías, fue como la de su entrañable hermana Teresita del Niño Jesús, toda “velada de lágrimas”. Escribía al Padre Elías con ciertos sufrimientos del alma: “…mas no deseo en esta vida sino consumirme de amor y desaparecer a toda mirada humana.”
En contestación, el Padre Elías le escribe desde Roma… como habiendo escrutado el profundo significado de sus palabras. Su buen director conocía el momento que Elías vivía, la situación de la comunidad y sus predisposiciones hacia ella, sus votos perpetuos recién pronunciados, sumando a esto el voto de lo más perfecto y la ofrenda al Amor Misericordioso: No tema la furia del infierno. Es el signo evidente que el gran voto desagrada al enemigo de todo bien… Porque el voto que conduce a la máxima unión con Dios agrada al Esposo Celestial, es para él de sumo agrado… Así su “conversación” será ahora ya con el cielo solo. ¿No es verdad, buena hijita?... ¡La paz y la alegría que le da el Señor no disminuirán más, ni siquiera en las pruebas y aflicciones de espíritu… porque Jesús quiere que siempre más te asemejes a él, Rey de los Mártires! ¡Oh, cuan bello es sufrir por Jesús, que suerte tan envidiable es ésta!
Hacia finales de junio de ese mismo año recibe en el locutorio del Carmelo la visita del Padre Elías. Ahora puede abrirle su alma y abandonarse a sus consejos ciegamente como a Dios mismo. Necesitaba y deseaba mucho alguna palabra de consuelo y cercanía, ahora que tan mal lo estaba pasando.
En ocasiones le asaltaban tentaciones: ¿He pecado verdaderamente? ¿Habré hecho mal a las alumnas que he creído amar? ¿Y la gloria de Dios? Ya entrada en el retiro para su profesión solemne, había dicho a la Hermana Matilde: “Hazme la caridad de decirme si habéis visto, durante el educantado, cualquier cosa de mal en mi proceder. Mañana, debo confesarme, quisiera reconciliarme bien con el Señor y pedirle perdón.”
Elías conoce la doctrina de su Padre San Juan de la Cruz: El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo: antes se irá enfriando que encendiendo. Por eso confía su drama y secreto a su Director. Apuntó para suerte nuestra, los resultados de su consulta en un cuadernito de 8x5, de éste sacamos la nota que sigue: Hoy Nuestro Reverendo Padre Elías me aseguró en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo que mi alma ha sido preservada en modo muy particular de conocer siquiera mínimamente el mal que llena el mundo. Después de haber escuchado mi confesión general, el buen y santo Padre Elías, alzando la mirada al cielo, mientras su dulcísima mano se posaba sobre mi cabeza, ha proferido estas conmovedoras palabras: Hija, en nombre del Señor te bendigo y te aseguro que es grande su amor por el alma de vuestra caridad. Prosigue siempre en este suave camino de ascensión que lleva su alma. Jesús, está muy contento.
Tinieblas…
Lo que pasa entre el alma y Dios al entrar ésta en la noche oscura de los sentidos, es la transformación y maduración, el encuentro de lo total y solamente esencial y eso, ante nada, es don de Dios. No se puede alcanzar si ese mismo Dios, antes y después de la noche, no sigue siendo el centro de la vida del individuo. Va pasando a oscuras, buscando, muchas veces tanteando… encontrando pocas o ninguna respuesta a su estado. Pero, a pesar de abandonarse, confiar, saber que no se está solo nunca, Dios no abandona. Cierto es que se pierden las seguridades, pues son como palillos de romero seco… las tenemos hoy, mañana quizás se ausenten para siempre. Son nada y vacío.
Elías ha experimentado esta noche oscura y lenta durante su vida religiosa. Contra la noche existe un antídoto, el único eficaz: poner nuestros cuidados en el olvido… mirar a Dios, si le vemos o sentimos. De seguro, casi al término de su vida, podía decir lo que dijera en los primeros días pasados en el Carmelo: “A la tempestad, sobreviene la calma, el cielo se hace sereno. Posiblemente son pocos los pedazos de cielo claro a lo largo del camino, pero el rayo de pura fe que no se eclipsa jamás, vuelve fácil la hazaña.”
Elías no nos ha detallado su noche, como tampoco puntualiza los momentos de luz intensa al interior de su alma. En sus escritos, por momentos, nos deja al descubierto su alma: “Verdaderamente sola, todo calla entorno a mí, lejos de toda mirada humana mi alma se sumerge en un profundo silencio. También Jesús se esconde y la pequeña celdita se torna desierto. Si a alguien le fuese dado entrever algo, a consecuencia del susto me diría infeliz… ¡Pero no! Si en vez de esto, le fuese dado penetrar en mi corazón, se encontraría una celestial armonía. Él (corazón) eleva en dulce abandono el canto de amor y consiente quedarse, si a Jesús le place, para toda la vida religiosa en este feliz estado, sin cansarse nunca.” Otra vez escribe: “El soplo de tu amor, ha lanzado el pequeño granito de polvo en el fuego de las tribulaciones…”
En palabras de Santa Teresita, el camino recorrido por Elías se podría resumir en pocos párrafos: “Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina: ese camino es el del abandono de la criatura que duerme sin temor en brazos de su padre… Jesús no pide acciones extraordinarias; se contenta con que le demostremos confianza y gratitud.”
El 17 de septiembre le escribe su director desde Monza: “Buena hijita en Jesús. ¿Le ha mostrado nuestra buena Madre el “Ecce Homo” que le mandé? Diga que se lo muestre y que se lo preste algún día. Desearía que este día fuese viernes. ¡Delante de esta imagen renueve con mayor generosidad su inmolación a Jesús, Esposo de nuestras almas! Verá entonces disiparse las tinieblas y resplandecer con celestial ardor el Santísimo Rostro del Redentor que andaba por los caminos de Palestina siempre sonriente, siempre haciendo el bien! ¡Oh, sí, Nuestro Buen Dios no tenía ninguna preocupación por sí mismo: todo lo remitía a su Padre Celestial de los Cielos! ¡Oh hija, hija mía! … abandónese con toda la confianza de una niña en los brazos amorosos de Dios, que no la desea perpleja y dudosa, sino más desenvuelta y generosa… La caridad suya cubrirá los defectos del prójimo. Recuerde que a las personas debemos aceptarlas como son, y no como quisiéramos que fuesen. Nosotros, orando e inmolándonos: lo que falte lo hará el Señor. Si tuviésemos todo seguro, ¿Qué podríamos entonces sufrir? ¡Qué víctimas más cómodas seríamos! La bendigo tanto, tanto, y esté tranquila que la llevo conmigo a Lisieux.”
El día de la asunción de la Virgen del mismo año 1925, su querida hermanita Dominica, entra al Carmelo de San José de Bari. Por motivos de construcción, y por no estar aún terminada la nueva ala del monasterio, las celdas no alcanzan. A Dominica se le asigna la misma habitación de Elías. Es Dominica para Elías don de Dios. ¿No estará desbordante de alegría nuestra corderita al ver a su hermana y confidente ocupando su misma habitación… y más que esto, tratando de subir la escarpada hacia al cima del Monte de la Perfección en su mismo palomar? Está claro.
Sin embargo, el consuelo lo calla y lo saborea. No es un consuelo sensible, lleno de besos y palabras de comprensión y ánimo. El consuelo que recibe, humanamente hablando, es el de su presencia… y el saber de su entrega al Amor. ¿Qué más consuelo que ver a los que más se aman, abandonados en Dios… rindiendo todo, sin reservas ni medias tintas?
Por estas fechas termina el año escolástico. Para Elías, con respecto al educantado, serían vacaciones eternas. Nunca más la verían las alumnas compartiendo con ellas pensamientos de cielo y barro. Por todo aquello que sin razón se había propagado entre el personal calificado del educantado, se sacrificó la flor más humilde y pura de entre las que lo adornaban. Pese incluso a quejas de las jovencitas ante las autoridades y la misma directora.
Elías por su parte, aunque le costaba, sabía soportar con mucha paciencia, obedeciendo al mandato de la priora, como mandato del mismo Cristo. Para ella, todo terminaba allí. Justo frente a la imagen de Jesucristo aconsejada por su Padre Espiritual.
Con alma de niña
Reza: “La pequeña niñita, aferrándose al trono del Rey Celestial, tiende su mano pidiendo caridad. Demanda de corazón una chispa de su Amor y un granito de verdadera humildad. Y, si Jesús duerme, “la pequeña Elías”, doblando la cabeza sobre sus rodillas, aguardará a que se despierte. Y si a Jesús le place dormir siempre, sin cansarme jamás, esperaré posiblemente hasta el último día. Estaré igual de contenta porque me satisfago de mirarlo, amarlo y agradecerle.”
Ante la miseria humana y espiritual, ante todo lo que la invade y la humilla, ante sí misma, ve claro lo trascendente e inmanente. Sabe Elías que Jesús vela por ella, como el centinela la aurora. No la dejará jamás el Guardián de Israel. Elías es cosa y posesión suya… la niña de sus ojos. ¿Quién y qué será capaz de separarla del amor de Dios?
“Mi Querido, ¿Qué me podrá separar de ti? ¿Qué será capaz de romper esta fuerte cadena que une estrechamente mi corazón al tuyo? ¿Quizás el abandono de las criaturas? Esto verdaderamente es lo que une el alma a su Creador. ¿Quizás las tribulaciones, las penas, la cruz? Son entre estas espinas, donde el canto del alma que te ama, es más libre y más ligero. ¿Quizás la muerte? Pero ésta no será otra cosa que el principio de la verdadera felicidad para el alma. Nada, nada podrá separar mi alma, ni por breves instantes de ti: pues fue creada para ti, y fuera está inquieta si no vive abandonada en ti…
En el ciego abandono hace ver a mi alma; pues en todo esto que me ocurre, veo el amor de Dios.”
Caminos de Dios
A pesar de lo reiterativo de la jornada, ésta no carece de sentido. Ni aún cuando hayan pasado muchos años desde que se le comenzó a vivir. La historia del alma en el Carmelo, es la historia del jardinero que goza cuidando el jardín real a diario a fin de tener contento al Rey cuando le pluguiere visitarlo. El alma, en este caso, es el jardinero, pues pone todo de su parte para que crezca en ella la virtud… a pesar de reconocer que todos los esfuerzos sin la gracia, serían totalmente inútiles.
No nos extrañaría entonces que Elías se sintiera embargada por Dios, sublimada y con deseos profundos de proclamar sus grandezas. Ella, que se creía la menor y más indigna de todas las carmelitas de San José, con las siguientes palabras dejaba entrever cuánto agradecía a Dios el cuidado prodigado a su alma desde sus más tiernos años: previendo el destino, disponía el corazón a buscar en la soledad y en el silencio el centro de su reposo: “Él me pedía la renuncia de todo…satisfacción temporal, alegrías espirituales… sí, todo yo a él ofrecía con amor, deshojando sin reservas las flores pasajeras de esta vida mortal. ...”
Estos años en el Carmelo, le han servido para aprender a buscar a Dios, que habita el centro de nuestra alma, donde muchas veces no queremos llegar por miedos y cobardías. De San Juan de la Cruz ha leído bien y bastante sus obras. Sabe que Dios, para ser encontrado, precisa que el alma se despoje de sus vanidades y orgullos… de todo lo que la aprisiona, para que al fin libre, vuele veloz al encuentro de su Amado, que escondido en lo profundo del alma, no quiere sino que no exista nada más que Él.
En 1924, recordando los inicios de su vida religiosa escribía: “Comprendí al fin, con mi ingreso al Carmelo, que el corazón fácilmente se siente apegado a las criaturas… por eso deseo exiliarlo… Renunciando a todo, en la pobreza total de todo afecto, encontrando completamente de esta forma, el querido y precioso amor de mi Jesús. Ésta es mi riqueza, en quien he puesto toda mi felicidad.”
Para no perderse en los afectos hacia las criaturas, había puesto en el Amor de Dios toda su mirada. Era lo más valioso que tenía. Recordémosla en el locutorio, queriendo ser la última de todas las flores, la más sencilla, que con solo su perfume ensalzara a Jesús. Recordémosla en las visitas frecuentes que se hacían para la comunidad en el locutorio, siempre la última, oculta entre las demás.
Ana la Volpe recuerda que, cierta vez, el Padre Mateo Wrawlei, famoso apóstol del Sagrado Corazón, en una conversación con las monjas del monasterio, pronunció esta maravillosa frase casi como consigna: “Es necesario custodiar la virginidad del dolor”. Elías lo traduce diciendo que es necesario callar y custodiar el dolor con el pudor de las vírgenes. Esto reclama para la pequeña Elías, todo un programa de vida, basado en la mayor perfección y ocultamiento de las criaturas.
En medio de la tempestad
Al dejar sus labores en el educantado, no fue elegida para desempeñar ningún otro cargo en la comunidad; a esto podemos sumarle la actitud recriminatoria de algunas hermanas, que se alejaron visiblemente de Elías por parecer peligrosa o porque, en realidad, no era de su agrado. Cualquiera de la dos hipótesis podía ser causante y desencadenante de las conductas, a veces poco entendibles, de algunas monjas. O en el peor de los casos, coexistir las dos complementándose.
La Madre Angélica propone, en el Capítulo de la comunidad, a la Hermana Elías como consejera. No fue, sin embargo, aceptada por motivo de su corta edad. Esa fue la excusa, la razón otra.
Un día, hablando la Madre Priora con la Hermana Celina, le comentó que, a pesar de tener el monasterio como un gran tesoro, no podía admitir ni servirse de los celos de algunas monjas. De esta manera, ratificaba una vez más, la buena Priora, el afecto y cariño que profesaba a Elías, incomprendida y envidiada: “Pero mira un poco como ha estado de prudente tu hermana”–decía a la Hermana Celina- “no ha dicho nada a nadie, no ha hecho ningún rumor, y yo sé que le ha constado trabajo. Es verdaderamente una santa”. Sabemos nosotros cómo sufrió Elías a causa, sobre todo, de lo que pensaban de ella.
El 10 de diciembre de 1927, quince días antes de su muerte, hablando con la Hermana Dorotea le comentó: “Todas las amarguras las estoy saboreando en el pequeño cáliz de mi vida…” Dejaba así entrever sus sufrimientos anteriores.
“Conmigo - nos dice la Hermana Celina- no se lamentaba de los sufrimientos morales causados o encontrados en la comunidad, y mucho menos con las otras… Al atardecer del último Jueves Santo de su vida, la vi toda roja, con los ojos velados de llanto. El día después, por haber insistido en demasía, quiso responder a mis preguntas: “Esta noche Jesús me ha hecho una gran gracia: Me ha avisado que me regala una fuerza irresistible para soportar toda cosa, capaz de hacerme caminar por carbones encendidos.” Empeñada en que me dijese el motivo de sus sufrimientos, me respondió: “Hermana Celina, tranquila, es la voluntad de Dios que se cumpla su proyecto”.
Así, con toda la naturalidad del mundo, aceptó lo que Dios quiso mandarle. Mientras tanto, el incensario divino quemaba a fuego lento la fragante especie de sus sacrificios, prodigando fortaleza en las tinieblas a aquella alma sensibilísima y cariñosa, ahora desprovista de todo cuidado y cariño sensible.
En 1922, segundo año de noviciado, algunos meses después de su profesión de votos simples, escribía:
“El alma encuentra su quietud en el propio silencio del corazón, ocultándose a las miradas de las criaturas, no deseando ser comprendida ni conocida, sino solo de su Señor... La calma retorna solo después de haber pasado algunos minutos a los pies de Jesús, hablando con largas miradas en un profundo silencio. Como solo Jesús es el todo de esta alma... “La tierra ha perdido todo atractivo para mí. Todo me cansa fuera de mi Dios… siento mi corazón libre de las cosas, no pueden entristecerme los dolores, y ni siquiera consolarme las alegrías, ya que toda mi felicidad esta puesta en Dios… A las criaturas, siento que puedo amarlas en el Señor y puedo confesar al cielo y a la tierra que nada ocupa mi corazón… Solo Dios me basta.
Mi alegría radica en verme pequeña y débil en los brazos de mi Padre Celestial y atender solo a Jesús en todas sus cosas… su aliento es mi vida… en el silencio de mi corazón Él ha establecido su morada… No deseo sino eclipsarme por mi Jesús. De las criaturas no deseo sino las humillaciones, para que sea de ellas completamente olvidada.”
¿Dios se ha olvidado de Elías? Es la pregunta que podríamos hacernos. Es una tautología responder una pregunta con una pregunta… pero cabría preguntarnos. ¿Dios es quien verdaderamente olvida el pacto entre Él y el hombre? ¿Alguna vez en este exilio, Dios ha tomado la iniciativa en el distanciamiento con la humanidad? No. La respuesta sería un rotundo No. De eso vivía más que convencida nuestra jovencita: “En el dolor, me lanzo al infinito, donde encuentro a mi Dios sin perder ni por un solo instante la paz inalterable, íntima y profunda que invade mi espíritu… Hace bien Jesús al esconderse, porque siento que no podría vivir mucho en esta tierra de exilio, si su adorable presencia fuese sensible a mi alma.
Siento que es amo absoluto de toda mi existencia. Siento que Él es Rey de mi pobre corazón, mi único amor. Siento que Él vive y mora en mí con su gracia, pero todo esto en las sombras, quitando a mi corazón toda satisfacción. ¡Oh! Cómo es de bueno este Divino Maestro y cuán dulce es para el alma amarlo en la pobreza absoluta de toda cosa.”
Una gota en el mar
Perderse en Dios, encontrarse en Cristo, ha de ser la aspiración de toda alma consagrada. Más aún para una hija de Santa Teresa; para quien morir, no es morir. “He renunciado a todas las cosas de este mundo a fin de ganar a Cristo” Bellas palabras del apóstol San Pablo. Leyendo los escritos de Elías y repasando su experiencia, vemos una similitud inmensa entre el mensaje paulino y su vida: “Oh mi amable Jesús, imprimiste vuestra adorable imagen en mi alma, y la mía en vuestro Divino Corazón, donde yo no pueda ver otra cosa sino a vos, belleza eterna, y a la vista de tu encantadora belleza, … tornar embelesada y perderme en ti.”
Viaja Elías por un camino escabroso, no hay dudas, pero directo y sin escalas al cielo. Camino de fe, de abandono, de espinas, de constante Cruz, de muerte a sí misma, a sus gustos y aficiones.
“En ti, mi dulce bien,
en ti, océano infinito,
quiero perderme como una gotita de agua.
Y en profundo silencio
deseo vivir sepultada.
Quiero fijar en ti, Sol eterno,
mis pupilas
para no ver más las cosas de aquí abajo.”
Rememora con frecuencia sus primeros años en el Carmelo. Agradece con insistencia a Dios su vocación y la perseverancia concedida. El 24 de noviembre, en el cuartoaniversario de su toma de hábito, escribía: “Cuando pienso en mi toma de hábito y en el primer año de noviciado, no puedo sino llorar de gratitud hacia el buen Dios que, delicadamente, supo trabajar en mi alma y excavar en el silencio y en el olvido los fundamentos de una felicidad que será perpetua hasta en el cielo. ¡Oh! Tales recuerdos me hacen mirar apresuradamente al infinito. Me parece ya gozar de la dulce sonrisa de Jesús y recibir sus eternos abrazos.”
Ha deseado por mucho tiempo esta plena unión y fusión de alma con Dios. Ahora, en estos últimos años de vida, va experimentando momentos divinos. Siempre más olvidada de sí y de todo. Siempre más dentro: escondida en el mismo misterio del Dios al que ama. La decisión absoluta y tajante de vivir para Dios hasta perderse en Él, la lleva dentro desde sus primeros años de vida monástica. Lejos de apagarse sus deseos, los días silenciosos en el Carmelo redoblan su antiguo celo.
Podría parecer un antagonismo, pero no. El laurel conquistado, la cruz regalada por Jesús a la carmelita, es para ésta el trofeo más grande y glorioso con que se pudiera condecorar a un héroe…pues es en la cruz donde encuentra a su Rey…a su Esposo…a su Dios. ¿Qué más pudiera pedir una pobre descalza?
¡Dios!
Centro de mi ser,
meta de mis suspiros.
¡Dios!
Reposo de mi inteligencia,
quietud de mis afectos,
mi primer y último fin.
En este pensamiento, escrito probablemente en 1923, mucho antes de su profesión solemne, Elías revela el rumbo espiritual de su alma de carmelita: “Yo te siento, Dios mío, presente en mi alma y siento muy bien la fuerza que viene de ti, bondad infinita. Después de haberte buscado tantas veces, te encuentro en el centro de mi alma.”
Con Jesús Eucaristía
El día de su profesión había realizado el acto de ofrenda a: Jesús, hostia viviente sobre el altar. Aquella sencilla ofrenda caracterizaría toda su posterior existencia, como hasta el momento lo había hecho, solo que de una manera especial. En este periodo, más que en ningún otro de su vida, Elías se torna inminentemente eucarística. Toda su vida exterior y sobre todo interior, gira alrededor del tabernáculo. Jesús Eucaristía es su aspiración y centro: Todo en Él, para Él y con Él: “Si pudiese pedir una sola gracia, sería la de hablar con Jesús Eucaristía, o bien, el sacrificio de toda mi existencia.”
Era evidente que Cristo había inundado a Elías en su misterio Eucarístico. Ella gozaba de una predilecta comunión con su Jesús, hostia sobre el altar. La polarización de su vida entorno al Misterio de los misterios se manifiesta, sobre todo, en momentos fuertes de oración, apartada de todo y todos, delante del Sagrario. Y también durante la Santa Misa, en el momento de la comunión. Es aquí donde, de manera especial, el Corazón de Jesús penetraba el de Elías, emergiendo de este doble enlace la unidad indisoluble de su corazón humano con el Corazón Divino: “Un minuto pasado a los pies del tabernáculo, cuando el dolor nos visita, correr hacia el que lo permite por nuestro bien… el dolor purifica el alma y la vuelve ágil para moverse libremente en la voluntad de Dios, conociendo los más altos secretos de la eterna sabiduría.”
En cierta ocasión, preguntó el confesor a Elías qué palabras pronunciaba en el momento de recibir al Señor durante la Santa Misa. Ella, parca de palabras y precisa como era, se conformó con decir: “Padre, con Jesús casi no hablo en la Santa Comunión, porque el reposo del que goza mi alma cuando me abismo en Él es inexplicable a mi misma. Me siento como una gotita de agua lanzada en un océano, como un átomo perdido en un abismo de infinita grandeza: y siento que abismada fuertemente en un profundo silencio adorando el gran misterio, el alma calla y reposa en su centro.”
Siente a menudo que su alma es como el cáliz de una flor, abierto a los rayos del Sol de justicia: “Mi pequeña alma se siente regada de su preciosa sangre y vivificada de este maná celestial, y ya toda vigorizada, se arroja humilde al sacrificio. Persuadiendo fuertemente al corazón, yo siento el dulce toque de tu beso de amor. En el abrazo divino mi alma se derrama en vuestro corazón al unísono. Oh, cómo es bello vivir contigo, respirar de tu amor… Todo se desvanece a tu mirada y el alma sola se lanza y sin demora, tras el abrazo amoroso de Jesús. Es este tierno Padre que, bajando al alma, la cubre, revelándole los más íntimos secretos de su corazón ardiente de amor.”
Ha escuchado, desde el silencio sonoro del Carmelo y a través de la doble reja del coro, la voz apremiante de Jesús desde su Sagrario: “!Oh, Dios mío!, ¿por qué no tengo miles de lenguas para cantar tus alabanzas? ¿Por qué no poseo miles de corazones para amarte ardientemente? Sí, mi dulce Jesús. Mi pobre corazón ha comprendido el gemido que continuamente viene de vuestra prisión de amor… un gemido desconocido, un grito que no entiende nadie. Mi Dios, no me es dado correr por los valles y montes anunciando tu amor a los corazones que viven sin conocerte… pues bien, viviré cerca de ti y cantaré sin cansarme nunca, por aquellos que no te aman. Mi canto ininterrumpido dirá: “que todos los corazones palpiten por ti, que todos los hombres se postren y confiesen al Señor.”
A la joven carmelita de Bari le late el corazón al unísono con el de su fundadora. Ambas vivían apasionadas por la Eucaristía. En el libro de la Vida, Nuestra Santa Madre nos revelaba el amor que profesaba al Santísimo Sacramento, amor muy parecido al de Elías: “¿Quién nos quita estar con Él después de resucitado pues tan cerca le tenemos en el Sacramento, adonde ya está glorificado?”
En 1927, último año de su exilio en esta tierra, Elías fue nombrada sacristana, después de casi dos años sin desempeñar ningún oficio dentro de la comunidad. Estando a sus anchas en su soledad, le llaman para que custodie al Divino Prisionero y cuide de sus cosas. Algunas de la comunidad dan fe de la devoción y el cuidado con que Elías tocaba los vasos sagrados. Así lo describió la Hermana Constanza, compañera de trabajo y sacristana junto a ella.
En un lejano diciembre de 1923 había escrito: “Si me preguntasen como quisiera que me llamasen aquí abajo… respondería: la feliz prisionera de Jesús… y si después me preguntaran otra vez qué deseo alberga y vigoriza mi corazón: aquel de amar fuertemente al buen Jesús y el de poder muy pronto verlo sin velos, lanzándome entre sus brazos amorosos y perdiéndome en Él, grandeza infinita”. Ahora, los deseos de Elías son consumados. Jesús, su prisionero eterno de amor en el Sagrario; ella, la prisionera de su Corazón. Ambos en la misma condición, necesidad y disponibilidad de amarse mutuamente y corresponderse.
Toda la vida de Elías, fue una ruta ascendente hacia Dios. Más ahora, al final de sus días, el arco de los sufrimientos y de las pruebas se tensa aún más si cabe: “Al clarear el alba, mientras todo el mundo calla, de la solitaria celdita, allí en fe y amor, te regalo el primer suspiro desde lo más íntimo de mi corazón, mi dulce Señor. Volviéndome a ti, para recibir otro día de vida, para emplearlo solo en tu honor y gloria.”
Un alma llena de Dios, embargada por su misterio y enamorada de su pasión, no busca sino, a cada instante de su existencia, darle gloria y honra en todas sus acciones. Casi parece que ese tender constante de Elías hacia Dios es algo innato o instintivo. Tan bien se le da este arte de darse sin hacerse partes, que todo su ser, vida, obra y palabras son fusionadas en Dios.
Sin embargo, ya nos hemos internado en la Elías sufriente, en el corderito predilecto de Jesús, que como Él, también tuvo que experimentar la crudeza de una cruz, sin consuelos humanos ni escapatorias posibles.
No es solo contemplación pasiva del misterio. Elías goza de Dios porque en una lucha seria contra sí misma y los gustos más bajos, se ha sentido fortalecida por la fe, aunque en ocasiones parezca su Creador jugar a los escondidos. Sabe que habita el Señor el centro de su alma, y este saber sin poder sentir, le hace respirar, y proseguir…luchar, avanzar… y otras tantas veces, pedir auxilio: Te poseo en el centro de mi alma, como el sol ardiente que hace desaparecer toda miseria, vivificándolo todo en mi pobre corazón con el fuego de tu amor.”
Quiero deshojarme
¿Podrá ser la Cruz y el sufrimiento un aliciente para el alma? A primera vista no. Pero no podemos dejar de pensar en el testimonio que tantos santos de renombre han dado a favor de la Cruz y del sufrimiento. Santa Teresa nos decía: “…tengo por experiencia que el verdadero remedio para no caer es asirnos a la Cruz y confiar en el que en ella se puso.”
Para algunos santos, la mayor cruz ha sido precisamente el no tener cruz, ni nada inmenso que ofrecer, y el estarse donde y como Dios quiere que se este. Esa es la Cruz verdadera y su sufrir. Su medio de santificación. A Elías, sin embargo, Jesús ha querido regalarle su madero a secas, atenuando su rigor con apenas segundos de solaz.
Tiene nuestra carmelita conciencia de ser no más que la esposa pobre y descalza de un crucificado. Quiere y está empeñada en vivir antes de nada el misterio de las grandes y pequeñas obras de Dios en su alma, transformándolas a cada instante en florecillas espirituales que ofrece con toda ilusión: “La nada no se ofende, ni pretende, ni se turba de nada. Está convencida de su bajeza. Gusta de Dios que solo le basta.”
Es la fiesta de la Santísima Trinidad, quizás la última de las que celebre aquí abajo. Su deseo de la eterna bienaventuranza está siempre muy latente. Ese día, y de forma especial, incursiona en la contemplación de la eternidad: “El pequeño átomo está destinado a perderse en el inmenso resplandor que nace de la trinidad sacrosanta.”
Así quiere pasar su cielo, perdida totalmente en la luz de Dios. Sin embargo, la espera de aquel glorioso día del “cara a cara” continuará. Quedará Elías vigilante, como virgen sensata: “De este pensamiento yo vivo, y así paso mis días. La confianza me empuja, me eleva siempre más alto, dejándome respirar aquel aire puro… y grito al Cielo:
Estoy exiliada,
muy lejos de mi patria.
Paz y reposo no habrán,
hasta estar en el seno de mi Dios.”
Cuando el amor transfigura
Hacia el término de su vida, Elías escribe poesías. Sus poemas no son más que la propia realidad de su alma hecha versos. Desde la soledad sonora de la que gusta, viviendo a solas con Él solo, todo le habla de su único y eterno Amor: “Una pequeña y pálida rosa, simple y modesta que se eleva sobre su tallo a la sombra… eleva su corola hacia el cielo y dice a su Creador: yo vivo por ti... Tal será mi vida… quiero deshojarme en el silencio de toda cosa creada… bajo de la mirada de Dios.”
Con la dulce e inocente mirada de una niña, sonriendo siempre… pasaba los días y meses en su querido cielito anticipado, inmersa de lleno en el trabajo a favor del Reino de Dios y de su establecimiento en nuestros corazones. Sus reacciones, puramente humanas, van menguando. Casi ya no se ven en su manera de relación con los demás. Ha ocurrido una completa metamorfosis espiritual. Dios la habita por completo, aunque para todas siga siendo solo la monja joven y risueña que acostumbra en las recreaciones a brindar, con su gracejo particular, unos minutos de expansión saludable para todas, y que con las hermanas al exterior, es inmutable y de carácter estable.
Le gustaba mucho la música. Cuando vivía aún entre los suyos, iba con frecuencia a los conciertos. Ahora en el Carmelo, escucha las melodías que dedica a Dios con tanto esmero la Hermana Rosa. Música para ocasiones litúrgicas solemnes, como fue la celebración del centenario de la Madre Teresa de Jesús, y la beatificación de Santa Teresita. También música artística, con motivo de las distintas manifestaciones de las niñas en el educantado.
Durante su primer periodo, el de formación, tuvo harta oportunidad de ofrecer a Dios pequeños sacrificios durante los ensayos de coro. Al parecer, Hermana Rosa exigía mucho. Ahora, ya la obligación es menor y canta a su Amado como ave nueva y sin experiencia, sin importarle mucho como se oye, sino cuanto de corazón pone en el intento. Elías le canta a Jesús la canción perfecta que nace de su corazón enamorado. Canción incomprendida, criticada, burlada en ocasiones, pero siempre fiel, coherente… intachable. Exclama con frecuencia, absorta: “¡Cómo será de deliciosa la música de los ángeles en el Paraíso.”
El cielo ante sus puertas
Escribe en 1924: “¡Cómo es de bello el silencio en el Carmelo, puede contemplarse el cielo estrellado con sus estrellas! Estas relucientes criaturas elevan mi pobre corazón, llevándolo a Dios… la tierra es un desierto para el que ama el cielo!”
Contemplaba el precioso panorama desde la ventana de su celda. La celda de Elías daba al patio. Desde esa posición podía apreciarse el firmamento. Contemplaba la bóveda celeste cada noche en las recreaciones durante el verano, gozaba mirando su pequeño pedazo de cielo azul bordado de miles de estrellas. Sus ojos del alma, más vivos que los del cuerpo, miraban más allá de la anchura y la distancia, como queriendo develar la profundidad y todo lo que ésta contenía.
Una noche, durante el tiempo de recreación, una hermana viéndola absorta mirando hacia arriba, le pregunta:
- ¿A lo mejor piensas en la Virgen cuando miras la luna?
-“Muy frecuentemente es verdad, pero mucho más pienso en el día aquel, en que mis pies descalzos pisarán las estrellas. Tengo tantas esperanzas de andar con Jesús más allá de las estrellas.”
Coreando la Santas Costumbres de la Reforma Teresiana, las descalzas, cada día antes del descanso nocturno, se arrodillan en el umbral de sus celdas esperando que pase la tañedora con la sentencia que invita a regalar el último pensamiento del día a Dios y para recibir la bendición de la Priora. Según testimonio de las hermanas, cierto día a Elías le toca pasar con las tablillas. Su sentencia es sencilla pero profunda: Hermanas… un día… con Jesús… andaremos… más allá de las estrellas.
Así de cercana sentía su morada, porque sabía a las claras que era forastera y advenediza sobre esta tierra y que en su hogar, situado más allá del sol, tendría a Jesús por compañero.
En la fiesta de la Visitación de la Virgen a Santa Isabel, el 2 de Julio de 1923, está sola de mañana en su celda, piensa en la necesidad y reclamo que le arde dentro de darse a Dios sin reservas ni medidas, sola para Él solo. Busca un nombre que encierre en sí mismo todos sus deseos, resoluciones y pensamientos. Lo pide a Jesús, Buen Pastor, pues desde niña había usado el nombre de Corderita de Jesús. Jesús mismo le sugiere entonces el nombre que describirá toda su existencia: ¡Nubecilla!
“Elías será una pequeña nubecilla blanca, que rápido pasa al horizonte desde su exilio, disipándose en la inmensidad de Dios. Su morada segura será el cielo y ascendiendo siempre más hacia el infinito, se esconderá en los rayos del sol eterno. La pequeña nubecilla blanca se hará notar solo para su Dios. No atraerá a ninguno aquí abajo. La verán las criaturas si se paran a mirar las estrellas, la nubecilla pasará inadvertida en el cielo azul, sin sorprender a nadie. Incomprensible sube a lo alto junto a los pies de Dios.
Nubecilla, totalmente confiada en la Eucaristía.
Nubecilla, oración y suspiro del corazón exiliado.
Nubecilla, que se derrama como lluvia de bendiciones celestiales.
Nubecilla, nostalgia del cielo, ligero pasaje en búsqueda de Dios.
Encierra mi alma, escondiéndola de toda mirada de la tierra. Álzala hacia el cielo contigo, donde viviré escondida en Dios. Nubecilla: velo a mis ojos. Un día desaparecerás y dejarás ver en mi alma la presencia de Jesús. Mas ahora, escondida en ti, quiero vivir aquí abajo en espera de que el Amor Divino, alzándome sobre las miradas, me deje pasar y lanzarme en sus brazos y gozar de aquel abrazo para la eternidad.”
Con los ojos de Cristo
Amó verdaderamente a la familia, con veracidad y sin mañas. Seducía con sus mimos entrañables a mamá Pascua, a los hermanos…a su Dominica del alma. Son muchas las cartas que escribe a sus familiares más allegados en su tiempo de carmelita.
En su epistolario, no es abundante la diversidad de destinatarios. Sin embargo, quien ha tenido la posibilidad de revisarlos, hay algo que nota … y es la caridad que une su alma con todos los que han quedado fuera de los muros añejos de su monasterio. Es la caridad evangélica, que hace acordarse y animar a los más necesitados, refiriéndose siempre cercana y confidente… Elías, la antigua Dora, la misma de siempre… comprometida con Dios y el prójimo, da muestra de tener un corazón henchido de amor celestial.
El 12 de mayo de 1927, Prudencia, la mayor de todas, hace un visita a sus hermanas y a la comunidad. Se reúnen en el locutorio del Carmelo. Eran momentos de cielo, pues de esta forma, Elías podía conocer el estado de su Madre y las mil cosillas de la familia que se cuentan aprovechando la ocasión.
Antes de terminar aquella jornada memorable, Elías escribe a su mamá a la luz de una vela: “Son pasadas las diez, vuelvo del coro… en el dulce silencio de mi querida celda, verdadero paraíso en la tierra. Todas las horas transcurren alegres en el Carmelo, pero las noches pasadas a solas en mi celda, no tienen comparación. Para tu Elías, son las más bellas, y las más felices… Mamá mía, en este pequeño tabernáculo mi corazón se dilata y se pierde en Dios. ¡Oh, cómo pasarías las noches enteras aquí, en este bendito lugar, desde donde te escribo, sola, a oscuras, mirando el bello cielo estrellado y hablando familiarmente con el Señor!...
Hoy, Prudencia ha estado en el locutorio y le he encargado algo. Que intimemos más. Recordamos las horas felices pasadas en la familia bajo tu mirada, donde bebíamos la luz del Buen Dios… Mamá querida, fueron diversas las llamadas del Señor, más tú me hiciste responder a todas generosamente, recordando que eras verdadera custodio de nuestras almas, y que El Señor era el amo absoluto.
Mamá buena, solo por Dios te dejé y en Él nos encontraremos para no separarnos nunca más. ¡Oh, sí que espero verlos a todos en el cielo reunidos en el eterno hogar de nuestro Padre Celestial. Esta gracia la pido al Señor con vivas lágrimas… Cuando se está al servicio directo del Señor, se los siente a todos más presentes, más cercanos al corazón…”
En esta carta, que no transcribimos completamente, va haciendo mención a toda su familia, sin olvidar a ninguno. Recuerda con mucha ternura la esmerada educación materna. Como se dijo al comienzo, era un hogar ejemplar, donde se respetó siempre los designios de Dios… y también las decisiones de los hijos. Elías piensa en su querido Nicolás, expuesto a los peligros propios de la edad. Desea encontrarse con todos en el cielo… reunirse con su familia para ya nunca más separarse.
Para Nicolás, Elías era una segunda madre. En 1926, cuando se ultimaban los detalles para su ingreso al servicio militar, Elías se muestra cercana a su hermanito amado: “Hermano querido, coraje y adelante. Sé que al principio es siempre penoso, porque sufres inmensamente el vivir alejado del dulce santuario de nuestra familia, y por no poder estrechar al corazón y expresar el amor que tienes a nuestros queridos padres… Pero piensa que todo esto lo desea el Señor que te llamó a cumplir un deber… ¿Cómo tú dices que soy tu mamita por haberte llevado tantas veces sobre mis brazos, es que quieres sentir un palabra verdaderamente bella?
Nuestra vida está fundada sobre un concepto claro y preciso. Tenemos que convencernos totalmente de que estamos en este mundo para alabar al Señor y santificar nuestras almas. Ya que vivimos en un completo abandono de todo lo creado, amemos mucho al Señor…”
Con sus hermanas de hábito
Entorno a Elías, la comunidad no ha cambiado de fisonomía. Para ella, el Carmelo no es menos que su paraíso posible en este mundo, y sus hermanitas “Ángeles de la tierra”, “Sonrisas de Dios.” Así lo rumiaba Elías.
Se juzgaba muy regalada de Dios en todo, sentía que el Señor la conducía por un camino dulce, sencillo y muy llano. No creo que pensara esto por falta de sufrimientos y de Cruz. Las había tenido, y muchas, ya sabemos. La fuerza que le impulsa provenía de la caridad. Cada hermana para ella, es un ángel que le enseña a subir más deprisa los peldaños de ascenso a la perfección. Su sencillez y amor a la comunidad hayan siempre una excusa válida e indulgente para cada sinsabor y trato desagradable. Todo lo que le ocurre, sabe que se torna en bien suyo, pues la hace vivir más aferrada a Jesús. Para ella, lo más importante en la caridad, no es la cantidad de la ayuda, sino el grado de desprendimiento y generosidad que representa la obra. No es dar una parte de lo que se tiene, es brindar todo lo disponible, a veces sin reservar nada para las mismas necesidades personales y comunitarias.
Durante una clase de música, Elías había transparentado un poco en Sor Enmanuela, ángel de su noviciado, la turbación interior que la asfixiaba. Al vuelo captó la seriedad de su estado y la animó. Dejemos que nos lo cuente la propia Enmanuela: Al final del concierto me llamó aparte, y me reveló todo lo que había notado en mí. Con el intento de aliviarme, me condujo con ella a la terraza. El cielo lucía sus mejores galas. Con palabras delicadas, me llevó nuevamente a Dios a través de la magnificencia de la naturaleza. Me confortó con pensamientos de Santa Teresita, beatificada hacía poco, y después, llevándome a su celda, me invitó a contemplar el cielo. De aquella manera, el Señor nos regalaba el ser espectadora de una bella visión. Apareció en las alturas una estrella extraordinariamente grande, que después de haber hecho tres giros sobre sí misma, se desgarró volviendo a su sitio. Elías dijo que había visto la misma perspectiva el día de la glorificación de la santita. Bastó todo esto para que quedase consolada y aliviada espiritualmente.
El último adviento
Antes de iniciarse el adviento, la Señora Fracasso quiso acercase al Carmelo a saludar a sus dos hijas carmelitas. La conversación, como de costumbre, transcurrió en el oscuro locutorio. Durante el adviento, tiempo de penitencia particular y de retiro contemplativo del Misterio, no se permiten las visitas a las monjas. Por lo que mamá Pascua quiso adelantarse antes de que la prohibición fuera puesta en práctica. “¡Hasta la Navidad!” - profirió la madre a sus hijas, estirando sus manos y saludándolas, cuando se levantaba para marcharse. Elías, sin embargo, le contestó sonriendo: ¡Quizás sí nos veremos! ¡Ciertamente en el Paraíso!
Durante la visita de su madre, Elías le pidió con insistencia que se Elías respondió: De seguro no podré volver a verla, quiero al menos contemplarla en fotografía antes de mi muerte.
Antes, ya había anunciado que moriría en un día de gran fiesta, y sus palabras no cayeron en el vacío.
Comenzó la novena de Navidad muy gozosa con el resto de la comunidad. En los Carmelos de la Reforma Teresiana, se vive con exclusivo contento los días previos al nacimiento de Jesús. Eran singularmente alegres las procesiones por los claustros con la imagen del Niño Dios. El Niño Jesús va pasando de celda en celda, así, las hermanas pueden disfrutar de su compañía toda una jornada. Este gesto sencillo de encuentro y alegría por la noticia del Rey que nace, lleva en sí mismo un cúmulo grande de regocijo. De manera que produce en el alma de la carmelita, por así decirlo, una segunda Encarnación. El último presentimiento de Elías plasmado en sus escritos narra así:
Cuando la sombra bruna
me agrave el exilio,
y el rayo de la luna
ni siquiera aparezca
Diré: tengo yo muy cerca
mi hora de agonía.
Y ahora ya tan cerca
feliz esperaré.
Reaparecerá la luz.
El sol, bello y claro
dirá el amigo Caudillo
“Ven, hija mía, al cielo.”
Luego, poniendo la fecha anota: “Cae la nieve.” Así percibía Elías su entorno, solitario y helado y a su vez…lleno de Dios.
El día 16 por la mañana, pasan las hermanas Celina y Amelia camino al noviciado por el corredor que conduce a la sacristía. Elías cumplía afanosamente y sin distracción su oficio de sacristana con la mayor de las delicadezas. Ambas la vieron llamar por la ventanilla del comulgatorio diciendo: “Jesús, no me olvides, Sor Elías está todavía aquí”.
Aprovecha así la Hermana Amelia, y le recrimina dulcemente: Eres muy joven; debes aún trabajar mucho por la comunidad. Elías responde: Hermana Amelia, la rosa está toda deshojada. Queda solo un pétalo, y el Niño Jesús vendrá pronto a buscarlo. Su interlocutora recordaría años despuésla sonrisa que le prodigó mientras pronunciaba estas palabras, luego se incorporó a continuar con su faena.
Compartía el oficio de sacristana con la Hermana Diomira, su compañera de juventud. El mismo día en que había profetizado a las dos monjas aquellas palabras, señalando la puerta de la Iglesia, le dice a su camarada de oficio: “Por aquella puerta dentro de poco saldré muerta”.
Se había destinado un día para realizar pruebas de canto a las monjas, pues se estaban preparando una nueva melodía, la temática: “Gloria in exelsis Deo”. Según la Hermana Diomira, Elías gozaba con lo que pudiera resultar de mayor gloria de Dios y bien de las almas. Antes de iniciar la prueba, Elías se vuelve a la Hermana y le dice: “Hermana Diomira, que será para la pobre del alma cuando vea a Dios por vez primera”
Cuenta la misma, que aquel día veía a Elías como transfigurada, como si el canto de los ángeles fuera ciertamente su canto. Muy concentrada y con voz casi divina. Fue éste, su último canto. Al día siguiente se apoderaría de ella el mal que le costaría la vida.
Su Calvario
El 21 de diciembre, en las vísperas, pide ser sustituida en el oficio de lectora. El dolor lo siente irresistible. Sale del coro. Cuando su hermana Celina llegó a la celda, la encontró recostada en su lecho con fuertes escalofríos, estremecimientos e intentos de vómitos parcialmente logrados.
“Este dolor es de muerte”Le pide que vaya donde la Priora a pedir permiso para acostarse pues aún no le ha dado licencia. Antes de arrimarse a la tarima, se preocupó por lavar el pavimento de la celda. Sale en su auxilio la Hermana Matilde, que viéndola en las condiciones que estaba quiso aliviarla interrumpiendo el trabajo:“No se preocupe, dentro de poco me meteré en el lecho y todo terminará.”
Inmediatamente se sucedieron algunas palabras entre ambas. La HermanaMatilde salió y regresó con la estatuilla de los Reyes Magos, pues andaba preparando el pesebre de la comunidad. Se la mostró a Elías y ésta le dijo: Dentro de poco los veré en el cielo. Después se echó en el camastro mientras su hermana le tomaba la fiebre, tenía exactamente 39 y medio. Se le vio muy sosegada y alegre cuando supo su temperatura. Pero la fiebre, al día siguiente, había desaparecido y la mayoría de las hermanas pensaron que era algo nervioso. No viendo la necesidad de llamar al confesor como había aconsejado la Hermana Celina, prescindieron de su servicio.
Pasó el jueves. Nada de nuevo. El viernes, antes de la vigilia del día de Navidad, Madre Magdalena concede dispensa de maitines en el coro para la Hermana Celina. Se va junto a su querida Dora. Será éste el último diálogo que tengan las dos: “Presiento siempre más cercano el fin”.
Fueron las palabras que recordó Celina de aquel diálogo. Aprovechó para aconsejarla. Así, dulcemente le dijo que no se sintiera triste por su muerte, pues debía aceptar todo como voluntad de Dios.
Manifestó su deseo de que a su fallecimiento, su misma hermana transporte el ataúd, para dar a los demás un ejemplo de fortaleza cristiana y de esperanza en la vida eterna. Quedaron muy claras sus palabras en la mente de la que, en este mundo había sido su hermana de sangre y también de hábito “Tú, vete al coro a cantar las alabanzas de Gloria por el nacimiento del Niño Jesús, yo iré a cantarlas al Paraíso.”
“Me aconsejó y me confortó otra vez, para que no me afligiese si no pudiera al final recibir los sacramentos de la Confesión y Comunión: pues aunque no nos pareciere, siempre debemos reconocer que la voluntad de Dios lo dispone todo para nuestro bien”. Son éstas, palabras de la misma Celina. Su hermana deseó avisar de todo a sus padres, pero Elías le fortaleció para que esperase por la voluntad de Dios.
Por la noche, pasó la Priora a visitar a la enferma. Elías la recibió con gratitud y alegría. Pudo llamarla aún con voz emocionada y alterada a un tiempo. “Madre Nuestra, Madre Nuestra.” Cuántas cosas implícitas se encerraban en lo profundo de aquellas palabras: “Madre Nuestra, Madre Nuestra”.
La Rev. Madre la consoló aludiendo a las fiestas del nacimiento. Elías entonces con voz intermitente responde: “Sí, Madre Nuestra, yo iré a ver a Jesús Niño al Paraíso.” La Priora, saliendo de la celda, llama aparte a Celina preguntándole acerca de su parecer con respecto al estado de su hermana. La pobre Hermana, no puede más que decir: “Está gravísima, morirá pronto”.
Sin esperar un minuto, la Priora habló muy acongojada con la Madre Supriora. Era para alarmarse. No obstante, y a sabiendas de la situación, un grupito de hermanas, a fin de tranquilizarlas, aseguraron de que en realidad no pasaba nada y que solo era cosas de nervios. Las Madres, más tranquilas por el parecer de las demás, volvieron a disponer todo su ánimo para las vigilias natalicias.
Hermana Celina hizo todo lo que estaba a su alcance a fin de llamar al sacerdote. Pero todo en vano. Las madres entendieron que no era grave, por lo que no había porqué molestar al sacerdote.
La noche transcurre agitadísima. Siente que se quema, tanto, que pide le pongan trozos de hielo en el pecho.
- ¿Qué haces Hermana Elías? - pregunta su hermana - Podrías agravarte más con esto.
- “Hermana Celina, me siento arder como si sufriera las penas del purgatorio... Jesús, te amo. Te agradezco todos los beneficios recibidos… He vivido en silencio y soy feliz de partir en silencio”.
Sufría al pensar en la confusión, tristeza y sorpresa que su muerte repentina acarrearía para toda la comunidad.
Llega la mañana de la vigilia, Hermana Celina va al coro a cantar las alabanzas al Señor. Es la hora de prima. Después del canto del martirologio, vuelve a junto a la enferma. La encontró mal, no pronunciaba palabra clara. Hacía por hablar entre dientes: “Me siento muy mal…me acerco a la eternidad…” Y le vuelven las fatigas.
Hacia las diez, un médico, el Dr. Spaccavento, viene a visitarla. Celina está en la celda, y viendo las fatigas de su hermana, responde por ella a las preguntas del galeno. Se dictamina el diagnóstico. Las palabras retumban arrolladoras en el oído: incipiente Meningitis y Encefalitis. Por la tarde, empeoraría más.
En la celda de la enferma estaban presentes las hermanas Celina y Teresa de Jesús. A la hora de las vísperas, la priora manda a llamar a las monjas al coro. Sor Teresa le hace ver que no es posible dejar a Elías sola. Comenzaba entonces a delirar y agitarse con más frecuencia e intensidad.
Después del canto de las vísperas, La Priora va donde la enferma. Y lo constata por sí misma: ¿Entonces está grave Sor Elías? ¡A mí me han hecho creer lo contrario! Madre mía,¿ qué debo hacer ahora?
Con toda la prisa del mundo llamaron al Doctor Nitti, médico de confianza de la comunidad de San José. Fuera ya de la celda y junto a la Madre Magdalena y Hermana Juana, confirma que se trata de una encefalitis. Es la tarde de la vigilia del nacimiento. La comunidad del Carmelo revive el Misterio más dulce de la historia de la salvación y del mundo. El Verbo se hace carne para habitar entre nosotros.
Por los corredores y claustros del monasterio se repite la peregrinación de María y San José buscando hospitalidad. De puerta en puerta, sin encontrar lugar… hasta descansar en un pesebre. En su celdita, circundada de las tres hermanas de comunidad, Sor Elías está en coma, sin palabras y sin movimientos. A medianoche, Hermana Celina es solicitada nuevamente en el coro para la misa de Navidad.
Por la mañana, la Priora, que al principio no había creído mucho en la gravedad del mal, telefoneó al Señor Severino Centrote, cuñado de la Hermana Elías. El asunto: pedirle le enviara al Doctor Balacco, médico de la familia, para que realizara una visita urgente a la comunidad. La razón: Elías no se encuentra bien de salud. Hacia las ocho, los dos doctores, Nitti y Balacco, entraron en la celda de la enferma. Intercambiaron una mirada y se dieron cuenta de que todo estaba perdido. No había ya nada que se pudiera hacer. Se acercaba el fin a pasos agigantados.
Monseñor Samarelli, confesor de la comunidad, se encontraba en el monasterio para dar las respectivas felicitaciones navideñas cuando fue interpelado por la petición de la Priora para que administrase el Sacramento de la Unción de los Enfermos a Elías.
El Sr. José, padre de Elías, se acercaba al monasterio a fin de dar la enhorabuena navideña a la comunidad y poder ver a sus hijas. Se encontró por el camino al doctor Balacco que había dejado momentos antes a Elías en su lecho de dolor y en agonía. El facultativo tuvo a bien darle la noticia. La muerte es inminente y no se lo oculta. Inmediatamente, cae en tierra y hubo que ayudarlo a levantarse y devolverlo a su casa.
Con permiso especial del Arzobispo Monseñor Curi, a la familia le fue concedido el entrar en la clausura para que asistiesen a la moribunda en sus últimos momentos.
Sabemos, los que conocemos el Carmelo Descalzo, que esto es una excepción grande. Por generalidad la carmelita muere sola, rodeada de sus hermanas de comunidad. Pero Jesús en su amor, quería tener esta última delicadeza con su corderita.
Hacia las once, entraron en la estrecha celda mamá Pascua, su hermano Nicolás y su cuñado Severino Centrote. Su hermana Prudencia se había quedado en casa para cuidar a su bebé.
Monseñor Savarelli oraba muy cercano a la enferma. La madre guardaba en su corazón todo su dolor. El monasterio estaba sumido en el espanto y la sorpresa, como había predicho Elías. Para ella llegaba ya su última hora…privada de toda reacción. Así consumaría su sacrificio. No sucedieron más palabras de su boca, ni balbuceos. Su alma, sin bullas ni bombos, se elevaba al Padre en un profundo silencio. Justo como había querido vivir y terminar sus días. Hacia el mediodía, tras una mirada larga y penetrante al crucifijo, voló a los brazos de Jesús.
La noche había pasado y una luz nueva iluminaba toda una vida. Veintiséis años se acababan de apagar en este mundo a la luz del mediodía…y en el cielo, una estrella nueva y naciente brillaba refulgente en el firmamento de la Reforma Teresiana. Mientras, las campanas del monasterio y de la ciudad tocaban a Gloria. Era 25 de diciembre... el Niño Dios nacía para los hombres y ella para Dios.
“Sonreía siempre…era una santa….sufrió mucho de verás”. Éstas eras las palabras que súbitamente después de su muerte se sucedieron en los labios de cuantos la conocían y habían compartido con ella.
A la tarde, el Arzobispo vino a visitar el cadáver de la joven carmelita. Tras unos momentos muy emocionantes de oración, y recordando el nombre con el cual, una vez, la había presentado la Madre Magdalena en el locutorio, dijo: Esta violeta, comenzará ahora a esparcir su perfume. Deberíamos recitar el Gloria en vez del Réquiem, pero es mejor ajustarse y confiar todo al juicio de la Iglesia.
Las exequias se celebraron el día 26, fiestas de San Esteban mártir. El cadáver, puesto en el ataúd descubierto, había sido transportado a la iglesia del monasterio.
Muchas personas venían a venerar a la joven monja. Las madres llevaban a sus hijos, para que vieran a la santa y pudieran besar el borde de su capa blanca. Dejaban flores y recordatorios puestos alrededor del cadáver.
En un momento en que la iglesia al fin quedó vacía, se acercó al cadáver un joven, poniendo en sus manos yertas un manojo de flores blancas. Era el mismo mozuelo que años atrás, en la Iglesia de San Cayetano, había osado pedir el amor de la joven Dora. Curioso postrer encuentro.
El Padre Elías recibió al mismo tiempo la carta en que Elías le felicitaba por las fiestas de Navidad y el telegrama que anunciaba su muerte. A la Hermana Celina le escribe así: “Le agradezco al Señor porque a nuestros ojos ha hecho germinar una florecilla de santidad exquisita… supo bien vivir la vida escondida con Jesucristo en Dios… Felicidades a vuestros padres por haber dado una hermanita a los Ángeles y a nosotros una celeste protectora en la tierra.”
Verdaderamente fueron bendecidos los padres de Dora con su hija. Quizás no se imaginaban del todo la gloria que traería con su vida sencilla al Carmelo Descalzo. Así, en una tarde sencilla y sin hacer ruidos, dejó de existir en este mundo Teodora Fracasso. Al mismo tiempo, las puertas del cielo, se abrían jubilosas para recibir a la Esposa del Cordero. Allí se celebraría entonces las eternas nupcias.
Se había unificado para siempre con el Esposo. Lo que antes veía solo a través de un espeso velo, se hacía ante sus ojos realidad. Quedó fundida en un abrazo con Jesús. Sin embargo, no se la olvidó aquí. Enseguida después de la carta necrológica, incluso antes, venían apareciendo pequeños favores atribuidos a su intercesión. Dios iba mostrando el camino para glorificar en su Iglesia a la que se había inmolado por ella.
Post mortem
He oído muchas veces que después que las personas mueren, solo queda tirar rosas en su sepulcro. Es verdad que en algunos casos ocurre, pero no nos detengamos en esta posibilidad. Es necesario y un verdadero reclamo hablar de Elías de San Clemente, proponerla como ejemplo y como norte. Incluso ahora, que tantos años hace que se fue al Padre.
El pasado 18 de marzo de 2006, en la catedral de Bari, mientras todo el Carmelo daba gracias a Dios por el don de la nueva beata carmelita, era elevada al honor de los altares entre la alegría de toda la ciudad y olas de humo perfumado.
Dirían algunos incrédulos y escépticos: ¿Para qué nos sirve ahora, a casi 100 años, la vida de una chiquilla monja a la que sorprendió la muerte en la flor de su juventud?
Yo afirmaría entonces que nunca ha sido más urgente presentar estas figuras a los hombres. Verdaderamente hay mucho qué decir sobre y desde la perspectiva de Elías a nuestro mundo moderno.
Vemos como infinidades de seres humanos se hunden en la desesperación, la desesperanza y el sin sentido. Aumentan los suicidios y disminuyen las familias felices. Las personas se descentran y van detrás de lo indefinido. La sociedad se corroe con vicios y placeres. Los ricos viven de lujo mientras que los pobres carecen de lo imprescindible. Hay muchas cosas buenas, pero la utilización se dispara y desfigura el fin propio de lo que por esencia debería ser bueno.
El ejemplo de Elías, ante nada, nos habla de un Absoluto que dio sentido pleno a su vida, y puede dar también sentido a la nuestra. Nos descubre una vida entregada, sin placeres y sin lujos, una vida austera, llena de rosas espinadas y de sonrisas sangrantes.
La felicidad es dar gracias y sentirnos regalados con las pequeños detalles de nuestro día a día, es reposar en nuestro centro, es sentir que hay alguien que nos ama incondicionalmente… con un amor poco conocido y menos aun retribuido. Un amor que trasciende las barreras de todos los intereses y que se hace pequeño con tal de entrar en ti.
Elías, como joven, puede también llamarnos la atención acerca de la fidelidad. Mil contratiempos comenzaron a sobrevenirle en el mismo momento de su entrada. La batalla era pujante, pero la libró a cabalidad, hasta poder decir como el apóstol: He guardado la fe.
Murió carmelita, fiel a sus constituciones, a su clausura y a sus votos. Esto, debe interpelarnos y centrarnos, para buscar con ansias al Amado doquiera este. Para trascender todo vicio de tibieza y relajación y buscar en las fuentes, la esencia de nuestra propia vocación sea cual sea.
Pidamos con fe a Elías de San Clemente, nos enseñe amar a Dios con el mismo amor con que ella lo amó, y que de su mano, podamos como ella ahora, pisar las estrellas…
L. D. Vque. M.